CAPITULO
DIEZ
SUFRIMIENTO
Y EL FINAL DEL SUFRIMIENTO
Los
budistas han conocido desde siempre la interconexión de todas las
cosas, y ahora los físicos la confirman. Nada de lo que ocurre es un
suceso aislado; sólo aparenta serlo. Cuanto más lo juzgamos y lo
etiquetamos, más lo aislamos. Nuestro pensamiento fragmenta la
totalidad de la vida. Sin embargo, es la totalidad de la vida la que
ha producido ese suceso, que es una parte de la red de
interconexiones que constituyen el cosmos.
Esto
significa que cualquier cosa que es,
no
podría haber sido de otra manera.
En
la mayoría de los casos, ni siquiera podemos empezar a comprender la
función que un suceso aparentemente sin sentido puede desempeñar en
la totalidad del cosmos; pero reconocer su inevitabilidad dentro de
la inmensidad de la totalidad puede ser el principio de una
aceptación interna de lo que es
y
nos permite realinearnos con la totalidad de la vida.
La
verdadera libertad y el final del sufrimiento estriban en vivir como
si hubieras elegido deliberadamente cualquier cosa que sientas o
experimentes en este momento.
Este
alineamiento interno con el Ahora es el final del sufrimiento.
¿Es
imprescindible sufrir? Sí y no.
Si
no hubieras sufrido como has sufrido, no tendrías profundidad como
ser humano, ni humildad, ni compasión. No estarías leyendo esto. El
sufrimiento abre el caparazón del ego, pero llega un momento en que
ya ha cumplido su propósito. El sufrimiento es necesario hasta que
te das cuenta de que es innecesario.
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La
infelicidad necesita un «yo» fabricado por la mente, con una
historia, una identidad conceptual. Necesita tiempo, pasado y futuro.
Cuando retiras el tiempo de tu infelicidad, ¿qué queda? Únicamente
el momento tal como es.
Puede
ser una sensación de pesadez, agitación, tirantez, enfado e incluso
náusea. Eso no es infelicidad, y no es un problema personal. No hay
nada personal en el dolor físico humano. Simplemente es una intensa
presión o una intensa energía que sientes en alguna parte del
cuerpo. Al prestarle atención, la sensación no se convierte en
pensamiento, y ese modo no reactiva el «yo» infeliz.
Observa
qué ocurre cuando dejas que la sensación sea.
Surge
mucho sufrimiento, mucha infelicidad, cuando crees que es verdad cada
pensamiento que se te pasa por la cabeza. Las situaciones no te hacen
infeliz. Pueden causarte dolor físico, pero no te hacen infeliz. Tus
pensamientos te hacen infeliz. Tus interpretaciones, las historias
que te cuentas, te hacen infeliz.
«Los
pensamientos que estoy pensando ahora mismo me hacen infeliz.»
Cuando te das cuenta de este hecho, rompes tu identificación
inconsciente con dichos pensamientos.
¡Qué
día más horrible!
El
no ha tenido el detalle de devolverme la llamada.
Ella
me ha decepcionado.
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Pequeñas historias que nos contamos y contamos a otros, a menudo en forma de quejas. Están diseñadas inconscientemente para ensalzar nuestro siempre deficiente sentido de identidad haciendo que nosotros «tengamos razón» y la otra persona esté «equivocada». «Tener razón» nos sitúa en una posición de superioridad imaginaria, fortaleciendo nuestro falso sentido del yo, el ego. Este mecanismo también nos crea algún tipo de enemigo: sí, el ego necesita enemigos para definir sus límites, y hasta el tiempo meteorológico puede cumplir esa función.
Los
juicios mentales habituales y la contracción emocional hacen que
mantengas una relación personalizada y reactiva con las personas y
sucesos de tu vida. Todo esto son formas de sufrimiento autocreado
pero no las reconoces como tales porque son satisfactorias para el
ego. El ego se crece en la reactividad y el conflicto.
Qué
simple sería la vida sin estas historias.
Está
lloviendo.
El
no ha llamado.
Yo
estuve allí. Ella, no.
Cuando
estés sufriendo, cuando te sientas infeliz, estate totalmente con lo
que es Ahora. La infelicidad y los problemas no pueden sobrevivir en
el Ahora.
El
sufrimiento comienza cuando nombras o etiquetas mentalmente una
situación como mala o indeseable. Te sientes agraviado por una
situación y ese resentimiento la personaliza, haciendo que surja el
«yo» reactivo.
Nombrar
y etiquetar son procesos habituales, pero esos hábitos pueden
romperse. Empieza a practicar en pequeños hechos el hábito de «no
nombrar». Si pierdes el avión, si dejas caer y rompes una taza, o
si te resbalas y caes en un
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charco,
¿puedes contenerte y no llamar mala o dolorosa a esa experiencia?
¿Puedes aceptar inmediatamente que ese momento es como es?
Considerar
que algo es malo produce una contracción emocional en ti. Cuando
dejas que la situación sea, sin nombrarla, de repente dispones de
una enorme energía.
La
contracción corta tu conexión con ese poder, el poder de la vida
misma.
Comieron
el fruto del árbol del conocimiento bien y del mal.
Ve
más allá del bien y del mal absteniéndote de etiquetar mentalmente
las cosas, de considerarlas buenas o malas. Cuando vas más allá del
hábito de nombrar, el poder del universo se mueve a través. Cuando
mantienes una relación no reactiva con las experiencias, muchas
veces lo que antes hubieras llamado «malo» dará un giro rápido,
cuando no inmediato, mediante el poder de la vida misma.
Observa
qué ocurre cuando, en lugar de considerar «mala» una experiencia,
la aceptas internamente, le das un «sí» interno, dejándola ser
como es.
Sea
cual sea tu situación existencial, ¿cómo te sentirías si la
aceptases completamente como es, Ahora mismo?
Hay
muchas formas de sufrimiento sutiles y no tan sutiles que
consideramos «normales», y que generalmente no reconocemos que nos
hacen sufrir, e incluso pueden ser satisfactorias para el ego:
irritación, impaciencia, ira, tener un problema con algo o alguien,
resentimiento, queja.
Puedes
aprender a reconocer todas esas formas de sufrimiento cuando se
presentan, y reconocer: «En este momento estoy creando sufrimiento
para mí
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mismo.»
Si
tienes el hábito de crearte sufrimiento, probablemente también
harás sufrir a otros. Estos patrones mentales inconscientes tienden
a llegar a su fin por el simple hecho de hacerlos conscientes,
dándote cuenta de ellos a medida que ocurren.
No
puedes ser consciente y
crearte
sufrimiento a ti mismo.
Éste
es el milagro: detrás de cada estado, persona o situación que
parece «malo» o «malvado» se esconde un bien mayor. Ese bien
mayor se te revela —tanto dentro como fuera— mediante la
aceptación interna de lo que es.
«No
te resistas al mal» es una de las más altas verdades de la
humanidad.
Un
diálogo:
Acepta
lo que es.
Realmente
no puedo aceptarlo. Hace que me sienta molesto y enfadado.
Entonces
acepta lo que es.
¿Aceptar
que estoy molesto y enfadado? ¿Aceptar que no puedo aceptarlo?
Sí.
Lleva aceptación a tu no-aceptación. Lleva rendición a tu
no-rendición. A continuación observa qué ocurre.
El
dolor físico es uno de los profesores más severos que podemos
tener. Su enseñanza es: «La resistencia es inútil.»
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Nada
podría ser más normal que el deseo de no sufrir. Sin embargo, si
puedes abandonar esa actitud y permitir que el dolor esté presente,
tal vez sientas una sutil separación interna del dolor, como un
espacio entre el dolor y tú, por así decirlo. Esto implica sufrir
conscientemente, voluntariamente. Cuando sufres conscientemente, el
dolor físico puede quemar rápidamente el ego en ti, ya que el ego
está compuesto en gran medida de resistencia. Lo mismo es válido
para la incapacidad física extrema.
«Ofrecer
tu sufrimiento a Dios» es otro modo de decir lo mismo.
No
hace falta ser cristiano para comprender la profunda verdad universal
contenida simbólicamente en la imagen de la cruz.
La
cruz es un instrumento de tortura. Representa el sufrimiento más
extremo, la mayor limitación, la mayor impotencia con la que un ser
humano puede toparse. Entonces, de repente, ese ser humano se rinde,
sufre voluntariamente, conscientemente, y eso queda expresado en las
palabras: «Hágase tu voluntad, y no la mía.» En ese momento, la
cruz, el instrumento de tortura, muestra su cara oculta: también es
un símbolo sagrado, un símbolo de lo divino.
Lo
que parecía negar la existencia de cualquier dimensión
trascendental en la vida, se convierte, mediante la rendición, en
una abertura a esa dimensión trascendental.
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Extracto del libro de Eckhart Tolle "El silencio habla".
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