El
mundo es tal como es porque no podría ser de ninguna otra
manera y seguir existiendo en
la esfera ordinaria de lo físico. Los terremotos y los huracanes,
las inundaciones y los tornados, y todos los acontecimientos que
llamáis desastres naturales no son sino movimientos de los elementos
de una polaridad a la otra. El ciclo nacimiento - muerte forma
también parte de este movimiento. Estos son los ritmos de la vida,
y en la realidad ordinaria todo está sujeto a ellos, puesto que la
propia vida
es un ritmo. Es una onda, una vibración, una pulsación del mismo
corazón de Todo Lo Que Es.
El
malestar y la enfermedad son los contrarios de la salud y el
bienestar, y se manifiestan en vuestra realidad a petición vuestra.
No podéis caer enfermos si, a un determinado nivel, no lo provocáis
vosotros mismos, y podéis estar bien de nuevo en un cierto momento
simplemente decidiendo estarlo. Los estados de profunda frustración
personal son respuestas que habéis elegido, y las calamidades
mundiales son el resultado de la conciencia mundial.
Tu
pregunta implica que yo decido tales acontecimientos, que ocurrirían
por Mí voluntad y Mí deseo. Pero Yo no provoco estas cosas;
simplemente os observo a vosotros hacerlo. Y no hago nada
para detenerlas, porque obrar así sería coartar vuestra
voluntad. Además, ello os privaría de la experiencia de Dios,
que es la experiencia que vosotros y Yo hemos elegido juntos.
No
condenes, pues, todo aquello que llamaríais malo en el mundo. En
lugar de ello, pregúntate qué es lo que consideras malo y, en su
caso, qué puedes hacer para cambiarlo.
Investiga
en ello, preguntándote: “¿Qué parte de mí mismo quiero
experimentar ahora en esta calamidad? ¿Qué aspecto del ser decido
que surja a partir de ahora?”. Y ello, porque todo lo vivo existe
como una herramienta de vuestra propia creación, y todos sus
acontecimientos se presentan simplemente como oportunidades para que
decidáis, y seáis, Quienes Sois.
Esto
es así para cualquier alma; no sois, por tanto, víctimas en
el universo, sino únicamente creadores. Todos los Maestros que han
caminado por este planeta lo han sabido. Y ello porque, no importa
que Maestro se mencione, ninguno se veía así mismo como víctima;
aunque muchos fueron realmente crucificados.
Cada
alma es un Maestro, aunque algunas no recuerden sus orígenes o su
herencia. Cada uno crea, en cada momento, la situación y
circunstancias apropiadas para su objetivo más elevado y su proceso
de recuerdo más rápido.
No
juzgues, pues, el camino kármico que recorre otra persona. No
envidies su éxito, no compadezcas su fracaso, puesto que no sabes
qué es éxito y que fracaso en los cálculos del alma.
No llames a algo calamidad, ni feliz acontecimiento, hasta que
decidas, o compruebes, como es utilizado; ya que ¿es una calamidad
la muerte de uno si con ello salva las vidas de miles? ¿Y es una
vida un feliz acontecimiento cuando ésta sólo ha provocado dolor?
Sin embargo, aunque no juzgues, mantén siempre tu propio criterio, y
deja que los demás sigan el suyo.
Esto
no significa que debas ignorar una petición de ayuda, ni la
tendencia de tu alma a procurar cambiar una circunstancia o condición
determinada. Significa que has de evitar las etiquetas y los juicios
hagas lo que hagas. Para cada circunstancia hay un don, y en cada
experiencia se oculta un tesoro.
Había
una vez un alma que sabía que ella era la luz. Era un alma nueva, y,
por lo tanto, ansiosa por experimentar. “Soy la luz - decía -. Soy
la luz.” Pero todo lo que supiera al respecto y todo lo que dijera
al respecto no podían sustituir a la experiencia. Y en la esfera de
la que surgió esta alma no había sino la luz. Todas las
almas eran grandiosas, todas las almas eran magníficas, y todas las
almas brillaban con el brillo imponente de Mi propia luz. Así, la
pequeña alma en cuestión era como una vela en el sol. En medio de
la más grandiosa luz – de la que formaba parte -, no podía verse
a sí misma, ni experimentarse a sí misma como Quien y Lo Que
Realmente Era.
Sucedía
que esta alma anhelaba una y otra vez conocerse a sí misma. Y tan
grande era su anhelo, que un día le dije:
-¿Sabes,
pequeña, qué deberías hacer para satisfacer este anhelo tuyo?
-¿Qué
Dios Mío? ¡Quiero hacer algo!
- me dijo la pequeña alma.
-Debes
separarte del resto de nosotros - respondí -, y luego debes surgir
por ti misma de la oscuridad.
-¿Qué
es la oscuridad, oh, Santo? - pregunto la pequeña alma.
-Lo
que tu no eres – le respondí, y el alma lo entendió.
Y
eso hizo el alma, apartándose del Todo, e incluso yendo hacia otra
esfera. En esta esfera el alma tenía la facultad de incorporar a su
experiencia todo género de oscuridad. Y así lo hizo.
Pero
en medio de toda aquella oscuridad, gritó:
-¡Padre,
Padre! ¿Por qué me has abandonado?
Igual
que vosotros en vuestros momentos más negros. Pero Yo nunca os he
abandonado, sino que estoy siempre a vuestra disposición, dispuesto
a recordaros Quienes Sois Realmente; dispuesto, siempre dispuesto, a
recibiros en casa.
Así
pues, sé la luz en la oscuridad, y no la maldigas.
Y
no olvides Quién Eres mientras dura tu rodeo por el camino de lo que
no eres. Pero alaba la creación, aunque trates de cambiarla.
Y
sabe que lo que hagas en los momentos de más dura prueba puede ser
tu mayor triunfo, ya que la experiencia que creas es una afirmación
de Quién Eres, y de Quién Quieres Ser.
Te
he explicado esta historia – la parábola de la pequeña alma y el
sol – a fin de que puedas entender mejor porqué el mundo es como
es, y cómo puede cambiar en un instante en el momento en que cada
uno recuerde la divina verdad de su más alta realidad.
Ahora
bien, hay quienes dicen que la vida es una escuela, y que todo lo que
uno observa y experimenta en su vida es para que aprenda. Ya he
hablado de ello antes; pero nuevamente digo:
No
habéis venido a esta vida a aprender nada; sólo tenéis que
manifestar lo que ya sabéis. Al manifestarlo, lo realizaréis y os
crearéis a vosotros mismos de nuevo, a través de vuestra
experiencia. Así pues, justificad la vida y dotadla de objetivo.
Hacedla sagrada.
¿Estas
diciendo que todo lo malo que nos sucede lo hemos elegido nosotros?
¿Significa eso que incluso las calamidades y los desastres son, a un
cierto nivel, creados por nosotros a fin de que podamos “experimentar
lo contrario de Quienes Somos”? Y, si es así, ¿no hay una manera
menos dolorosa - menos dolorosa para nosotros mismos y para los demás
– de crearnos las oportunidades de experimentarnos a nosotros
mismos?
Me
haces varias preguntas, y todas interesantes. Vamos a verlas una por
una.
No,
no todo lo que os ocurre y que llamáis malo sucede por vuestra
propia elección. No en el sentido consciente al que tú aludes. Pero
todo ello es vuestra creación.
Estáis
siempre en proceso de creación. En cada momento. En cada
minuto. Cada día. Más tarde nos ocuparemos de cómo podéis
crear. Por ahora, simplemente cree lo que te digo: sois una gran
máquina de creación, y estáis produciendo cada nueva manifestación
literalmente a la misma velocidad con la que pensáis.
Eventos,
sucesos, acontecimientos, condiciones, circunstancias: todo ello son
creaciones de la conciencia. La conciencia individual es bastante
poderosa. Puedes imaginar qué género de energía creadora se desata
cada vez que dos o más se reúnen en Mi nombre. ¿Y la conciencia
colectiva? ¡Esta es tan poderosa que puede crear acontecimientos y
circunstancias de importancia mundial y consecuencias planetarias!
No
sería correcto decir – al menos no en el sentido que tú le das -
que elegís dichas consecuencias. No las elegís más de lo que pueda
elegirlo Yo. Como yo, las observáis. Y decidís Quienes Sois en
función de ellas.
Sin
embargo, no hay víctimas en el mundo; ni malvados. Ni tampoco sois
víctimas de las decisiones de los demás. En un determinado nivel,
habéis creado todo aquello que decís que aborrecéis; y, al
haberlo creado, lo habéis elegido.
Se
trata de un nivel avanzado de pensamiento; un nivel al que, antes o
después, acceden todos los Maestros, ya que sólo cuando son capaces
de aceptar la responsabilidad de todo pueden adquirir la
capacidad de cambiar una parte.
En
la medida en que alberguéis la noción de que hay algo o alguien
ajeno que “os hace algo” a vosotros, perderéis la capacidad de
actuar por vosotros mismos. Sólo cuando digáis “yo hago esto”
podréis hallar la fuerza necesaria para cambiarlo.
Es
mucho más fácil cambiar lo que se hace uno mismo que cambiar lo que
hace otro.
El
primer paso a la hora de cambiar algo es saber y aceptar que habéis
elegido que eso sea lo que es. Si no podéis aceptar esto a un nivel
personal, aceptadlo mediante la interpretación de que Nosotros somos
Uno. Tratad, pues, de crear un cambio no porque algo sea malo, sino
porque ha dejado de constituir una adecuada afirmación de Quienes
Sois.
Sólo
hay una razón para hacer algo; que eso sea una afirmación ante el
universo de Quiénes Sois.
Tomada
en este sentido, la vida se convierte en auto-creadora. Utilizáis la
vida para crearos a vosotros mismos como siendo Quienes Sois, y
Quienes Siempre Habéis Querido Ser. Hay también una sola
razón para dejar de hacer algo: que eso haya dejado de ser una
afirmación de Quienes Queréis Ser; que ya no sea vuestro reflejo,
que ya no os represente (es decir, que ya no os re-presente...).
Si
queréis ser adecuadamente re-presentados, debéis procurar cambiar
cualquier aspecto de vuestra vida que no encaje en el retrato de
vosotros mismos que deseáis proyectar en la eternidad.
En
el más amplio sentido, todo lo “malo” que sucede es por vuestra
elección. El error no esta en elegirlo, sino en calificarlo de
“malo”. Al calificarlo así, os calificáis de malos a vosotros
mismos, ya que se trata de una creación vuestra.
No
podéis aceptar esta etiqueta, no tanto porque os calificáis de
malos como porque negáis vuestras propias creaciones. Esta es la
falta de honradez intelectual y espiritual que os permite aceptar un
mundo cuyas condiciones son como son. Si aceptarais – e incluso
percibierais, con un profundo sentimiento interior – vuestra
responsabilidad personal respecto al mundo, éste sería un
lugar muy diferente. Esto, desde luego, sería así si todo el
mundo se sintiera responsable. Que eso sea tan manifiestamente
obvio es lo que lo hace tan absolutamente penoso, y tan patéticamente
irónico.
Las
calamidades y desastres naturales del mundo - sus tornados y
huracanes, sus volcanes e inundaciones; sus desórdenes físicos –
no son específicamente una creación vuestra. Pero sí lo es el
grado en que dichos sucesos afectan a vuestra vida.
Ocurren
acontecimientos en el universo que ni siquiera con un esfuerzo de
imaginación se podría afirmar que son instigados o creados por uno.
Dichos
eventos los crea la consciencia combinada del hombre. Todo el mundo,
co-creando conjuntamente, produce dichas experiencias. Lo que hace
cada uno de nosotros, individualmente, es moverse a través de dichas
experiencias, decidiendo qué significado tienen para él – si
tienen alguno -; decidiendo Quienes y Que sois en relación con
ellas.
Así,
creáis colectiva e individualmente la vida y los momentos que
experimentáis, para el propósito del alma de evolucionar.
Me
has preguntado sino hay una manera menos dolorosa de pasar por este
proceso, y la respuesta es que sí; pero nada en tu experiencia
externa habrá cambiado. La manera de reducir el dolor que asocias
con las experiencias y acontecimientos de la tierra - tanto tuyos
como de los demás – es cambiar el modo de percibirlos.
No
puedes cambiar el acontecimiento externo (puesto que ha sido creado
por muchos de vosotros, y vuestras
conciencias no se han desarrollado lo bastante como para alterar
individualmente lo que ha sido creado colectivamente), de modo que
debes cambiar la experiencia interna. Esta es la llave maestra de la
vida.
Nada
es doloroso en y por sí mismo. El dolor es el resultado de un
pensamiento equivocado. Es un error en el pensar.
Un
Maestro puede hacer desaparecer el mayor dolor; de este modo, el
Maestro sana.
El
dolor resulta de un juicio que te has formado sobre algo. Elimina el
juicio, y el dolor desaparecerá.
A
menudo, el juicio se basa en la experiencia previa. Vuestra idea
sobre algo se deriva de una idea anterior sobre aquello. A su vez,
vuestra idea anterior resulta de otra aún anterior a ella, u ésta
de otra, y así sucesivamente; hasta llegar, recorriendo todo el
camino hacia atrás - como en la sala de los espejos -, a lo que Yo
llamo el primer pensamiento.
Todo
pensamiento es creador, y ningún pensamiento es más poderoso que el
pensamiento original. He ahí por que a veces se le llama también
pecado original.
El
pecado original consiste en que vuestro primer pensamiento sobre algo
sea un error. Este error se mezcla muchas veces con un segundo o
tercer pensamiento. La tarea del Espíritu Santo consiste en
inspirarnos nuevos conocimientos que puedan liberaros de vuestros
errores.
¿Estas
diciendo que no debo sentirme mal al pensar en los niños que mueren
de hambre en África, la violencia y la injusticia en América, o el
terremoto que mata a centenares de personas en Brasil?
En
el mundo de Dios no existe los “debo” ni los “no debo”. Haz
lo que quieras hacer. Haz aquello que constituya tu reflejo, aquello
que te represente como una versión más magnífica de Ti mismo. Si
quieres sentirte mal, siéntete mal.
Pero
no juzgues, ni condenes, puesto que no sabes por qué ocurren las
cosas, ni con qué fin.
Y
recuerda esto: aquello que condenes te condenará, y un día serás
aquello que juzgas.
Trata,
más bien, de cambiar – o ayudar a quienes lo están cambiando -
aquello que ha dejado de reflejar vuestro más alto sentido de
Quienes Sois.
No
obstante, bendícelo todo, pues todo es creación de Dios, a través
de la vida, que constituye la más alta creación.
¿Podríamos
detenernos aquí un instante para que pueda recobrar el aliento? ¿He
oído bien? ¿Dices que en el mundo de Dios no existen los “debo”
ni los “no debo”?
Exacto.
¿Cómo
puede ser? Si no existen en Tu mundo, ¿dónde existirían entonces?
¿Qué
dónde...?
Repito
la pregunta. ¿Dónde existirían los “debo” y “no debo”, si
no es en Tu mundo?
En
vuestra imaginación.
Sin
embargo, quienes me enseñaron todo lo que sé acerca de lo correcto
y lo equivocado, lo que hay que hacer o dejar de hacer, lo que se
debe o no se debe hacer, me dijeron que todas aquellas reglas se
fundamentaban enTi: en Dios.
Entonces,
quienes te enseñaron estaban equivocados. Yo nunca he establecido
qué es lo “correcto”> o lo “equivocado”, que “hay que
hacer” o qué “no hay que hacer”. Obrar así equivaldría a
despojaros completamente de nuestro mayor don: la posibilidad de
hacer lo que os plazca, y experimentar los resultados de ello; la
oportunidad de crearos a vosotros mismos de nuevo a imagen y
semejanza de Quienes Realmente Sois; el espacio para producir una
realidad de vosotros mismos cada vez mayor, basada en vuestra idea
más magnífica de aquello de lo que sois capaces.
Afirmar
que algo – un pensamiento, palabra u
obra – es “equivocado” sería tanto como deciros que no lo
pusierais en práctica. Deciros que no lo pusierais en práctica
sería lo mismo que prohibíroslo. Prohibiroslo sería tanto como
limitaros. Y limitaros equivaldría a negar la realidad de Quienes
Realmente Sois, así como la posibilidad de que creéis y
experimentéis esa verdad.
Hay
quienes dicen que os he dado el libre albedrío, pero luego estos
mismos afirman que, si no Me obedecéis, os enviaré al infierno.
¿Qué clase de libre albedrío es ese? ¿No constituye eso una burla
hacia Dios: negar todo tipo de relación auténtica entre nosotros?
Bueno,
aquí entramos en otro terreno del que también quería que
habláramos, y es todo ese asunto del cielo y el infierno. Por lo que
puedo deducir, no existe nada parecido al infierno.
El
infierno existe pero no es como vosotros pensáis, y no lo habéis
experimentado por las razones que te he dado.
¿Qué
es el infierno?
Es
la experiencia del peor resultado posible de vuestras elecciones,
decisiones y creaciones. Es la consecuencia natural de cualquier
pensamiento que Me niegue, o niegue Quienes Sois en relación a Mí.
Es
el dolor que sufrís a causa de un pensamiento equivocado. Pero el
término “pensamiento equivocado” tampoco es apropiado, ya que no
existe nada que sea equivocado.
El
infierno es lo opuesto a la alegría. Es la insatisfacción. Es saber
Quienes y Que Sois, y fracasar a la hora de experimentarlo. Es ser
menos. Eso es el infierno, y no hay ninguno mayor para vuestra
alma.
Pero
el infierno no existe como ese lugar que habéis imaginado,
donde os quemáis en un fuego eterno, o como una forma de tormento
perpetuo. ¿Qué podría pretender Yo con eso?
Incluso
si Yo sostuviera la idea, extraordinariamente malvada, de que no os
“merecíais” el cielo, ¿por qué habría de tener la necesidad
de buscar algún tipo de venganza, o castigo, por vuestra falta? ¿No
sería para Mí mucho más sencillo simplemente deshacerme de
vosotros? ¿Qué vengativa parte de Mí necesitaría someteros a un
sufrimiento eterno de un tipo y una intensidad más allá de
cualquier descripción?
Si
me contestas que la necesidad de justicia, ¿no sería
suficientemente justo la simple negación de la comunión Conmigo en
el cielo? ¿Hace falta también infligir un dolor sin fin?
Te
digo que después de la muerte no hay ninguna experiencia
semejante a la que habéis elaborado en vuestras teologías, basadas
en el temor.
Pero
sí existe la experiencia del alma tan infeliz, tan incompleta, tan
inferior al todo, tan separada de la inmensa alegría de Dios,
que para vuestra alma eso sería el infierno. Pero deja que te diga
que Yo no os envío ahí, ni tampoco soy la causa de que esa
experiencia os aflija. Sois vosotros, vosotros mismos, quienes creáis
esa experiencia, cada vez y en cada ocasión que alejáis vuestro Yo
de vuestro pensamiento más alto sobre vosotros. Sois vosotros,
vosotros mismos, quienes creáis la experiencia cada vez que
rechazáis a vuestro Yo; cada vez que negáis Quienes y Que Sois
Realmente.
Pero
ni siquiera esta experiencia es eterna. No puede serlo, puesto
que no forma parte de Mi plan que permanezcáis separados de Mí para
siempre. En realidad, una cosa así es una imposibilidad: para que
algo así sucediera, no sólo vosotros habríais de negar
Quienes Sois; también habría de hacerlo Yo. Y eso no lo haré
nunca. Y mientras uno de nosotros mantenga la verdad acerca de
vosotros, dicha verdad prevalecerá finalmente.
Pero
si no hay infierno, ¿significa eso que puedo hacer lo que quiera,
actuar como desee, realizar cualquier acción, sin temor a un
castigo?
¿Necesitas
el temor para poder ser, hacer y tener aquello que es
intrínsecamente justo? ¿Necesitas sentirte amenazado para
ser “bueno”? ¿Y qué es “ser bueno”? ¿Quién tiene la
última palabra respecto a eso? ¿Quién establece las pautas? ¿
¿Quién hace las normas?
Déjame
que te diga algo: cada uno de vosotros es quien hace sus
propias normas. Cada uno de vosotros establece las pautas. Y cada uno
de vosotros decide si lo que ha hecho es bueno, si lo que hace es
bueno; ya que cada uno de vosotros es el único que ha
decidido Quién y Qué Es Realmente, y Quién Quiere Ser. Y cada uno
de vosotros es el único que puede establecer si lo que
hace es bueno.
Ningún
otro os juzgará nunca, ya que ¿por qué, y cómo, podría Dios
juzgar Su propia creación y decir que es mala? Si Yo quisiera que
fuerais perfectos y obrarais siempre de manera perfecta, os habría
dejado en el estado de total perfección del que procedéis. El fin
último del proceso era que os descubrierais a vosotros mismos, que
os crearais a Vosotros mismos, tal como realmente sois, y como
realmente deseáis ser. Pero no podíais serlo a menos que tuvierais
también la posibilidad de ser otra cosa distinta.
¿Debo,
entonces, castigaros por realizar una elección que Yo Mismo he
puesto ha vuestro alcance? Y si Yo no quisiera que dispusierais de
esa segunda posibilidad, ¿para qué habría de crear otra que no
fuera la primera?
Esta
es la pregunta que debéis haceros antes de atribuirme el papel de un
Dios que condena.
La
respuesta directa a tu pregunta es que sí: puedes hacer lo que
quieras sin temor al castigo. Sin embargo, puede resultarte útil ser
consciente de las consecuencias.
Las
consecuencias son los resultados naturales. No tienen nada que ver
con los castigos. Son simplemente resultados: lo que resulta de la
aplicación natural de las leyes naturales; lo que ocurre –
de manera totalmente predecible - como consecuencia de lo que ha
ocurrido.
Toda
la vida física funciona según las leyes naturales. Cuando recordéis
estas leyes, y las apliquéis, lograréis dominar la vida a nivel
físico.
Lo
que a vosotros os parece un castigo – o aquello a lo que llamaríais
el mal, o la mala fortuna -, no es sino una ley natural
manifestándose por sí misma.
Entonces
si conociera estas leyes, y las obedeciera, nunca más volvería a
tener un momento de turbación. ¿Es eso lo que me estas diciendo?
Nunca
te experimentarías a Ti mismo en un estado de eso que llamas
“turbación”. No considerarías ninguna situación de la vida
como un problema. No afrontarías ninguna situación con inquietud.
Pondrías fin a cualquier clase de preocupación, duda o temor.
Vivirías tal como imagináis que vivían Adán y Eva: no como
espíritus desencarnados en el reino de lo absoluto, sino como
espíritus encarnados en el reino de lo relativo. Pero gozarías de
toda la libertad, de toda la alegría, de toda la paz y de toda la
sabiduría, el conocimiento y la fuerza del Espíritu que eres.
Serías un ser plenamente realizado.
Este
es el objetivo de vuestra alma. Este es su propósito: realizarse
plenamente ella misma a través del cuerpo; llegar a ser la
encarnación de todo lo que realmente es.
Este
es Mi plan para vosotros. Este es mi ideal: lo que Yo debo llegar a
realizar por medio de vosotros. Es así, convirtiendo el concepto en
experiencia, como Yo puedo conocerme a Mí mismo experimentalmente.
Las
leyes del Universo son leyes que Yo he establecido. Son leyes
perfectas, que crean una función perfecta de lo físico.
¿Has
visto alguna vez algo más perfecto que un copo de nieve? Su
complejidad, su dibujo, su simetría, su identidad consigo mismo y su
originalidad respecto a todos los demás: todo es un misterio. Os
asombráis ante el milagro de esta imponente manifestación de la
naturaleza. Pero si puedo hacer esto con un simple copo de nieve,
¿qué crees que puedo hacer – que he hecho - con el
universo?
Aunque
vierais su simetría, la perfección de su diseño - desde el cuerpo
más grande a la partícula más pequeña -, no seríais capaces de
mantener esta verdad en vuestra propia realidad. Ni siquiera ahora,
que empezáis a vislumbrar algo de él, podéis imaginar o entender
sus interrelaciones. Pero podéis saber que existen dichas
interrelaciones: mucho más complejas y mucho más extraordinarias de
lo que vuestra comprensión actual puede abarcar. Vuestro Shakespeare
lo expresó maravillosamente: “¡Hay más cosas en el cielo y en
la tierra, Horacio, de las que ha soñado tu filosofía!”
Extracto
del libro “Conversaciones con Dios”
Neale
Donald Walsch
LA PEQUEÑA ALMA Y EL SOL
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