El
ser humano vive en dos mundos: el mundo de los pensamientos, las
ideas, conceptos, símbolos, problemas, sufrimientos, felicidad
superficial... en definitiva, un mundo irreal puesto que es
imaginado; y por otro lado, el mundo real, el de los hechos, la
experiencia, la vida, la conciencia.
El
problema consiste en que no sabemos diferenciar entre ambos, pensamos
que nuestro pequeño mundo mental es el mundo real, olvidamos por
completo los hechos y de este modo nace el sufrimiento y los
problemas.
Utilizamos
el mundo real para justificar nuestra forma de pensar. Hemos creado
un mundo imaginario que no tiene sentido sin nuestras etiquetas
mentales. En este nivel de la conciencia o más bien inconsciencia,
la vida por si misma no nos es suficiente, aún más la hemos
convertido y reducido a un problema que nos empeñamos en resolver.
La
gran mayoría de nosotros vivimos en los pensamientos (identificados
con ellos) y no en la realidad. Casi constantemente estamos
proyectando algo diferente, algo mejor que esta vida que vivimos
ahora o peor teniendo miedo sobre que puede pasar. Naturalmente este
juego-mental también funciona con el
pasado.
Estamos
tan convencidos de que nuestros pensamientos son la realidad que
hacemos guerras externas e internas para resolver “el problema de
la vida”.
A
lo largo de la historia de la humanidad hemos desarrollado la
profunda creencia de que el sufrimiento es parte de la naturaleza
humana y con esta forma de pensar es mas que obvio que el asunto no
tiene arreglo. En el mejor de los casos, podemos encontrar alivio,
pero la mayoría de las veces ni eso, porque nuestra
forma de afrontar el sufrimiento y los problemas es luchar,
resistencia y rechazo, es decir actuamos y pensamos con la certeza de
que vía el sufrimiento podremos eliminarlo. Este es el motivo por el
que se hacen guerras para conseguir la paz,luchamos
con las personas que amamos y nos castigamos a nosotros mismos.
Cualquier buen terapeuta sabe que el mero reconocimiento del
sufrimiento tal como es, transforma gran parte de dicho sufrimiento
en aprendizaje y comprensión de los hechos.
Estamos
tan convencidos de que el sufrimiento es necesario, que juzgamos y
declaramos insensibles, frías e inhumanas a las personas que no
sufren (no se identifican) ante determinadas circunstancias. La
locura es, que somos incapaces de ver e imaginar un mundo sin
sufrimiento, lo vemos tan imposible, que nos cuesta plantearnos la
pregunta... ¿Como sería un mundo sin sufrimiento? ¿Quién sería
yo sin el sufrimiento?
Lo
que tenemos que hacer, es investigar nuestra forma de pensar, porque
solo a través de la investigación se nos revelará la inutilidad
del sufrimiento, y que la única función que tiene, es la de
indicarnos lo apegados que estamos a nuestros pensamientos. El
sufrimiento nos abre la puerta a la comprensión de que, mientras
estemos apegados a nuestros pensamientos (y sus respectivos
sentimientos) nuestra vida se convertirá en un continuo drama y
viviremos llenos de preocupaciones.
La
cuestión es, si tenemos el valor de encontrar nuestras propias
respuestas o queremos seguir con viejas e inútiles pautas aprendidas
a lo largo de nuestra vida que solo reflejan la inconsciencia del
ser humano.
Hemos
de hacernos la pregunta, de en cual de los dos mundos queremos vivir,
en un mundo imaginario lleno de sufrimiento y problemas o en el mundo
real donde comprendemos el milagro de la vida.
Hemos
sufrido lo suficiente o queremos seguir encontrando razones y excusas
que justifiquen nuestro sufrimiento y una vida desgraciada.
Decidas
lo que decidas todo es perfecto, pero si quieres investigar y
comprobar lo que dicen y han experimentado los sabios de todos los
tiempos, debes investigar
tus pensamientos.
En
el proceso de la investigación, la mente se vuelve joven y volvemos
a la sencillez.
Aprendemos que, lo que cuenta no son nuestras historias positivas o negativas, sino que lo realmente importante es la vida y el milagro que sucede cuando con la ausencia del sufrimiento, la alegría del Ser nace por si misma.
Lo único que tenemos que hacer es estar ahí y nada más.
Los
budistas han conocido desde siempre la interconexión de todas las
cosas, y ahora los físicos la confirman. Nada de lo que ocurre es un
suceso aislado; sólo aparenta serlo. Cuanto más lo juzgamos y lo
etiquetamos, más lo aislamos. Nuestro pensamiento fragmenta la
totalidad de la vida. Sin embargo, es la totalidad de la vida la que
ha producido ese suceso, que es una parte de la red de
interconexiones que constituyen el cosmos.
Esto
significa que cualquier cosa que es,
no
podría haber sido de otra manera.
En
la mayoría de los casos, ni siquiera podemos empezar a comprender la
función que un suceso aparentemente sin sentido puede desempeñar en
la totalidad del cosmos; pero reconocer su inevitabilidad dentro de
la inmensidad de la totalidad puede ser el principio de una
aceptación interna de lo que es
y
nos permite realinearnos con la totalidad de la vida.
La
verdadera libertad y el final del sufrimiento estriban en vivir como
si hubieras elegido deliberadamente cualquier cosa que sientas o
experimentes en este momento.
Este
alineamiento interno con el Ahora es el final del sufrimiento.
¿Es
imprescindible sufrir? Sí y no.
Si
no hubieras sufrido como has sufrido, no tendrías profundidad como
ser humano, ni humildad, ni compasión. No estarías leyendo esto. El
sufrimiento abre el caparazón del ego, pero llega un momento en que
ya ha cumplido su propósito. El sufrimiento es necesario hasta que
te das cuenta de que es innecesario.
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La
infelicidad necesita un «yo» fabricado por la mente, con una
historia, una identidad conceptual. Necesita tiempo, pasado y futuro.
Cuando retiras el tiempo de tu infelicidad, ¿qué queda? Únicamente
el momento tal como es.
Puede
ser una sensación de pesadez, agitación, tirantez, enfado e incluso
náusea. Eso no es infelicidad, y no es un problema personal. No hay
nada personal en el dolor físico humano. Simplemente es una intensa
presión o una intensa energía que sientes en alguna parte del
cuerpo. Al prestarle atención, la sensación no se convierte en
pensamiento, y ese modo no reactiva el «yo» infeliz.
Observa
qué ocurre cuando dejas que la sensación sea.
Surge
mucho sufrimiento, mucha infelicidad, cuando crees que es verdad cada
pensamiento que se te pasa por la cabeza. Las situaciones no te hacen
infeliz. Pueden causarte dolor físico, pero no te hacen infeliz. Tus
pensamientos te hacen infeliz. Tus interpretaciones, las historias
que te cuentas, te hacen infeliz.
«Los
pensamientos que estoy pensando ahora mismo me hacen infeliz.»
Cuando te das cuenta de este hecho, rompes tu identificación
inconsciente con dichos pensamientos.
¡Qué
día más horrible!
El
no ha tenido el detalle de devolverme la llamada.
Ella
me ha decepcionado.
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Pequeñas
historias que nos contamos y contamos a otros, a menudo en forma de
quejas. Están diseñadas inconscientemente para ensalzar nuestro
siempre deficiente sentido de identidad haciendo que nosotros
«tengamos razón» y la otra persona esté «equivocada». «Tener
razón» nos sitúa en una posición de superioridad imaginaria,
fortaleciendo nuestro falso sentido del yo, el ego. Este mecanismo
también nos crea algún tipo de enemigo: sí, el ego necesita
enemigos para definir sus límites, y hasta el tiempo meteorológico
puede cumplir esa función.
Los
juicios mentales habituales y la contracción emocional hacen que
mantengas una relación personalizada y reactiva con las personas y
sucesos de tu vida. Todo esto son formas de sufrimiento autocreado
pero no las reconoces como tales porque son satisfactorias para el
ego. El ego se crece en la reactividad y el conflicto.
Qué
simple sería la vida sin estas historias.
Está
lloviendo.
El
no ha llamado.
Yo
estuve allí. Ella, no.
Cuando
estés sufriendo, cuando te sientas infeliz, estate totalmente con lo
que es Ahora. La infelicidad y los problemas no pueden sobrevivir en
el Ahora.
El
sufrimiento comienza cuando nombras o etiquetas mentalmente una
situación como mala o indeseable. Te sientes agraviado por una
situación y ese resentimiento la personaliza, haciendo que surja el
«yo» reactivo.
Nombrar
y etiquetar son procesos habituales, pero esos hábitos pueden
romperse. Empieza a practicar en pequeños hechos el hábito de «no
nombrar». Si pierdes el avión, si dejas caer y rompes una taza, o
si te resbalas y caes en un
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charco,
¿puedes contenerte y no llamar mala o dolorosa a esa experiencia?
¿Puedes aceptar inmediatamente que ese momento es como es?
Considerar
que algo es malo produce una contracción emocional en ti. Cuando
dejas que la situación sea, sin nombrarla, de repente dispones de
una enorme energía.
La
contracción corta tu conexión con ese poder, el poder de la vida
misma.
Comieron
el fruto del árbol del conocimiento bien y del mal.
Ve
más allá del bien y del mal absteniéndote de etiquetar mentalmente
las cosas, de considerarlas buenas o malas. Cuando vas más allá del
hábito de nombrar, el poder del universo se mueve a través. Cuando
mantienes una relación no reactiva con las experiencias, muchas
veces lo que antes hubieras llamado «malo» dará un giro rápido,
cuando no inmediato, mediante el poder de la vida misma.
Observa
qué ocurre cuando, en lugar de considerar «mala» una experiencia,
la aceptas internamente, le das un «sí» interno, dejándola ser
como es.
Sea
cual sea tu situación existencial, ¿cómo te sentirías si la
aceptases completamente como es, Ahora mismo?
Hay
muchas formas de sufrimiento sutiles y no tan sutiles que
consideramos «normales», y que generalmente no reconocemos que nos
hacen sufrir, e incluso pueden ser satisfactorias para el ego:
irritación, impaciencia, ira, tener un problema con algo o alguien,
resentimiento, queja.
Puedes
aprender a reconocer todas esas formas de sufrimiento cuando se
presentan, y reconocer: «En este momento estoy creando sufrimiento
para mí
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mismo.»
Si
tienes el hábito de crearte sufrimiento, probablemente también
harás sufrir a otros. Estos patrones mentales inconscientes tienden
a llegar a su fin por el simple hecho de hacerlos conscientes,
dándote cuenta de ellos a medida que ocurren.
No
puedes ser consciente y
crearte
sufrimiento a ti mismo.
Éste
es el milagro: detrás de cada estado, persona o situación que
parece «malo» o «malvado» se esconde un bien mayor. Ese bien
mayor se te revela —tanto dentro como fuera— mediante la
aceptación interna de lo que es.
«No
te resistas al mal» es una de las más altas verdades de la
humanidad.
Un
diálogo:
Acepta
lo que es.
Realmente
no puedo aceptarlo. Hace que me sienta molesto y enfadado.
Entonces
acepta lo que es.
¿Aceptar
que estoy molesto y enfadado? ¿Aceptar que no puedo aceptarlo?
Sí.
Lleva aceptación a tu no-aceptación. Lleva rendición a tu
no-rendición. A continuación observa qué ocurre.
El
dolor físico es uno de los profesores más severos que podemos
tener. Su enseñanza es: «La resistencia es inútil.»
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Nada
podría ser más normal que el deseo de no sufrir. Sin embargo, si
puedes abandonar esa actitud y permitir que el dolor esté presente,
tal vez sientas una sutil separación interna del dolor, como un
espacio entre el dolor y tú, por así decirlo. Esto implica sufrir
conscientemente, voluntariamente. Cuando sufres conscientemente, el
dolor físico puede quemar rápidamente el ego en ti, ya que el ego
está compuesto en gran medida de resistencia. Lo mismo es válido
para la incapacidad física extrema.
«Ofrecer
tu sufrimiento a Dios» es otro modo de decir lo mismo.
No
hace falta ser cristiano para comprender la profunda verdad universal
contenida simbólicamente en la imagen de la cruz.
La
cruz es un instrumento de tortura. Representa el sufrimiento más
extremo, la mayor limitación, la mayor impotencia con la que un ser
humano puede toparse. Entonces, de repente, ese ser humano se rinde,
sufre voluntariamente, conscientemente, y eso queda expresado en las
palabras: «Hágase tu voluntad, y no la mía.» En ese momento, la
cruz, el instrumento de tortura, muestra su cara oculta: también es
un símbolo sagrado, un símbolo de lo divino.
Lo
que parecía negar la existencia de cualquier dimensión
trascendental en la vida, se convierte, mediante la rendición, en
una abertura a esa dimensión trascendental.
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Extracto del libro de Eckhart Tolle "El silencio habla".
El
mundo es tal como es porque no podría ser de ninguna otra
maneray seguir existiendo en
la esfera ordinaria de lo físico. Los terremotos y los huracanes,
las inundaciones y los tornados, y todos los acontecimientos que
llamáis desastres naturales no son sino movimientos de los elementos
de una polaridad a la otra. El ciclo nacimiento - muerte forma
también parte de este movimiento. Estos son los ritmos de la vida,
y en la realidad ordinaria todo está sujeto a ellos, puesto que la
propia vida
es un ritmo. Es una onda, una vibración, una pulsación del mismo
corazón de Todo Lo Que Es.
El
malestar y la enfermedad son los contrarios de la salud y el
bienestar, y se manifiestan en vuestra realidad a petición vuestra.
No podéis caer enfermos si, a un determinado nivel, no lo provocáis
vosotros mismos, y podéis estar bien de nuevo en un cierto momento
simplemente decidiendo estarlo. Los estados de profunda frustración
personal son respuestas que habéis elegido, y las calamidades
mundiales son el resultado de la conciencia mundial.
Tu
pregunta implica que yo decido tales acontecimientos, que ocurrirían
por Mí voluntad y Mí deseo. Pero Yo no provoco estas cosas;
simplemente os observo a vosotros hacerlo. Y no hago nada
para detenerlas, porque obrar así sería coartar vuestra
voluntad. Además, ello os privaría de la experiencia de Dios,
que es la experiencia que vosotros y Yo hemos elegido juntos.
No
condenes, pues, todo aquello que llamaríais malo en el mundo. En
lugar de ello, pregúntate qué es lo que consideras malo y, en su
caso, qué puedes hacer para cambiarlo.
Investiga
en ello, preguntándote: “¿Qué parte de mí mismo quiero
experimentar ahora en esta calamidad? ¿Qué aspecto del ser decido
que surja a partir de ahora?”. Y ello, porque todo lo vivo existe
como una herramienta de vuestra propia creación, y todos sus
acontecimientos se presentan simplemente como oportunidades para que
decidáis, y seáis, Quienes Sois.
Esto
es así para cualquier alma; no sois, por tanto, víctimas en
el universo, sino únicamente creadores. Todos los Maestros que han
caminado por este planeta lo han sabido. Y ello porque, no importa
que Maestro se mencione, ninguno se veía así mismo como víctima;
aunque muchos fueron realmente crucificados.
Cada
alma es un Maestro, aunque algunas no recuerden sus orígenes o su
herencia. Cada uno crea, en cada momento, la situación y
circunstancias apropiadas para su objetivo más elevado y su proceso
de recuerdo más rápido.
No
juzgues, pues, el camino kármico que recorre otra persona. No
envidies su éxito, no compadezcas su fracaso, puesto que no sabes
qué es éxito y que fracaso en los cálculos del alma.
No llames a algo calamidad, ni feliz acontecimiento, hasta que
decidas, o compruebes, como es utilizado; ya que ¿es una calamidad
la muerte de uno si con ello salva las vidas de miles? ¿Y es una
vida un feliz acontecimiento cuando ésta sólo ha provocado dolor?
Sin embargo, aunque no juzgues, mantén siempre tu propio criterio, y
deja que los demás sigan el suyo.
Esto
no significa que debas ignorar una petición de ayuda, ni la
tendencia de tu alma a procurar cambiar una circunstancia o condición
determinada. Significa que has de evitar las etiquetas y los juicios
hagas lo que hagas. Para cada circunstancia hay un don, y en cada
experiencia se oculta un tesoro.
Había
una vez un alma que sabía que ella era la luz. Era un alma nueva, y,
por lo tanto, ansiosa por experimentar. “Soy la luz - decía -. Soy
la luz.” Pero todo lo que supiera al respecto y todo lo que dijera
al respecto no podían sustituir a la experiencia. Y en la esfera de
la que surgió esta alma no había sino la luz. Todas las
almas eran grandiosas, todas las almas eran magníficas, y todas las
almas brillaban con el brillo imponente de Mi propia luz. Así, la
pequeña alma en cuestión era como una vela en el sol. En medio de
la más grandiosa luz – de la que formaba parte -, no podía verse
a sí misma, ni experimentarse a sí misma como Quien y Lo Que
Realmente Era.
Sucedía
que esta alma anhelaba una y otra vez conocerse a sí misma. Y tan
grande era su anhelo, que un día le dije:
-¿Sabes,
pequeña, qué deberías hacer para satisfacer este anhelo tuyo?
-¿Qué
Dios Mío? ¡Quiero hacer algo!
- me dijo la pequeña alma.
-Debes
separarte del resto de nosotros - respondí -, y luego debes surgir
por ti misma de la oscuridad.
-¿Qué
es la oscuridad, oh, Santo? - pregunto la pequeña alma.
-Lo
que tu no eres – le respondí, y el alma lo entendió.
Y
eso hizo el alma, apartándose del Todo, e incluso yendo hacia otra
esfera. En esta esfera el alma tenía la facultad de incorporar a su
experiencia todo género de oscuridad. Y así lo hizo.
Pero
en medio de toda aquella oscuridad, gritó:
-¡Padre,
Padre! ¿Por qué me has abandonado?
Igual
que vosotros en vuestros momentos más negros. Pero Yo nunca os he
abandonado, sino que estoy siempre a vuestra disposición, dispuesto
a recordaros Quienes Sois Realmente; dispuesto, siempre dispuesto, a
recibiros en casa.
Así
pues, sé la luz en la oscuridad, y no la maldigas.
Y
no olvides Quién Eres mientras dura tu rodeo por el camino de lo que
no eres. Pero alaba la creación, aunque trates de cambiarla.
Y
sabe que lo que hagas en los momentos de más dura prueba puede ser
tu mayor triunfo, ya que la experiencia que creas es una afirmación
de Quién Eres, y de Quién Quieres Ser.
Te
he explicado esta historia – la parábola de la pequeña alma y el
sol – a fin de que puedas entender mejor porqué el mundo es como
es, y cómo puede cambiar en un instante en el momento en que cada
uno recuerde la divina verdad de su más alta realidad.
Ahora
bien, hay quienes dicen que la vida es una escuela, y que todo lo que
uno observa y experimenta en su vida es para que aprenda. Ya he
hablado de ello antes; pero nuevamente digo:
No
habéis venido a esta vida a aprender nada; sólo tenéis que
manifestar lo que ya sabéis. Al manifestarlo, lo realizaréis y os
crearéis a vosotros mismos de nuevo, a través de vuestra
experiencia. Así pues, justificad la vida y dotadla de objetivo.
Hacedla sagrada.
¿Estas
diciendo que todo lo malo que nos sucede lo hemos elegido nosotros?
¿Significa eso que incluso las calamidades y los desastres son, a un
cierto nivel, creados por nosotros a fin de que podamos “experimentar
lo contrario de Quienes Somos”? Y, si es así, ¿no hay una manera
menos dolorosa - menos dolorosa para nosotros mismos y para los demás
– de crearnos las oportunidades de experimentarnos a nosotros
mismos?
Me
haces varias preguntas, y todas interesantes. Vamos a verlas una por
una.
No,
no todo lo que os ocurre y que llamáis malo sucede por vuestra
propia elección. No en el sentido consciente al que tú aludes. Pero
todo ello es vuestra creación.
Estáis
siempre en proceso de creación. En cada momento. En cada
minuto. Cada día. Más tarde nos ocuparemos de cómo podéis
crear. Por ahora, simplemente cree lo que te digo: sois una gran
máquina de creación, y estáis produciendo cada nueva manifestación
literalmente a la misma velocidad con la que pensáis.
Eventos,
sucesos, acontecimientos, condiciones, circunstancias: todo ello son
creaciones de la conciencia. La conciencia individual es bastante
poderosa. Puedes imaginar qué género de energía creadora se desata
cada vez que dos o más se reúnen en Mi nombre. ¿Y la conciencia
colectiva? ¡Esta es tan poderosa que puede crear acontecimientos y
circunstancias de importancia mundial y consecuencias planetarias!
No
sería correcto decir – al menos no en el sentido que tú le das -
que elegís dichas consecuencias. No las elegís más de lo que pueda
elegirlo Yo. Como yo, las observáis. Y decidís Quienes Sois en
función de ellas.
Sin
embargo, no hay víctimas en el mundo; ni malvados. Ni tampoco sois
víctimas de las decisiones de los demás. En un determinado nivel,
habéis creado todo aquello que decís que aborrecéis; y, al
haberlo creado, lo habéis elegido.
Se
trata de un nivel avanzado de pensamiento; un nivel al que, antes o
después, acceden todos los Maestros, ya que sólo cuando son capaces
de aceptar la responsabilidad de todo pueden adquirir la
capacidad de cambiar una parte.
En
la medida en que alberguéis la noción de que hay algo o alguien
ajeno que “os hace algo” a vosotros, perderéis la capacidad de
actuar por vosotros mismos. Sólo cuando digáis “yo hago esto”
podréis hallar la fuerza necesaria para cambiarlo.
Es
mucho más fácil cambiar lo que se hace uno mismo que cambiar lo que
hace otro.
El
primer paso a la hora de cambiar algo es saber y aceptar que habéis
elegido que eso sea lo que es. Si no podéis aceptar esto a un nivel
personal, aceptadlo mediante la interpretación de que Nosotros somos
Uno. Tratad, pues, de crear un cambio no porque algo sea malo, sino
porque ha dejado de constituir una adecuada afirmación de Quienes
Sois.
Sólo
hay una razón para hacer algo; que eso sea una afirmación ante el
universo de Quiénes Sois.
Tomada
en este sentido, la vida se convierte en auto-creadora. Utilizáis la
vida para crearos a vosotros mismos como siendo Quienes Sois, y
Quienes Siempre Habéis Querido Ser. Hay también una sola
razón para dejar de hacer algo: que eso haya dejado de ser una
afirmación de Quienes Queréis Ser; que ya no sea vuestro reflejo,
que ya no os represente (es decir, que ya no os re-presente...).
Si
queréis ser adecuadamente re-presentados, debéis procurar cambiar
cualquier aspecto de vuestra vida que no encaje en el retrato de
vosotros mismos que deseáis proyectar en la eternidad.
En
el más amplio sentido, todo lo “malo” que sucede es por vuestra
elección. El error no esta en elegirlo, sino en calificarlo de
“malo”. Al calificarlo así, os calificáis de malos a vosotros
mismos, ya que se trata de una creación vuestra.
No
podéis aceptar esta etiqueta, no tanto porque os calificáis de
malos como porque negáis vuestras propias creaciones. Esta es la
falta de honradez intelectual y espiritual que os permite aceptar un
mundo cuyas condiciones son como son. Si aceptarais – e incluso
percibierais, con un profundo sentimiento interior – vuestra
responsabilidad personal respecto al mundo, éste sería un
lugar muy diferente. Esto, desde luego, sería así si todo el
mundo se sintiera responsable. Que eso sea tan manifiestamente
obvio es lo que lo hace tan absolutamente penoso, y tan patéticamente
irónico.
Las
calamidades y desastres naturales del mundo - sus tornados y
huracanes, sus volcanes e inundaciones; sus desórdenes físicos –
no son específicamente una creación vuestra. Pero sí lo es el
grado en que dichos sucesos afectan a vuestra vida.
Ocurren
acontecimientos en el universo que ni siquiera con un esfuerzo de
imaginación se podría afirmar que son instigados o creados por uno.
Dichos
eventos los crea la consciencia combinada del hombre. Todo el mundo,
co-creando conjuntamente, produce dichas experiencias. Lo que hace
cada uno de nosotros, individualmente, es moverse a través de dichas
experiencias, decidiendo qué significado tienen para él – si
tienen alguno -; decidiendo Quienes y Que sois en relación con
ellas.
Así,
creáis colectiva e individualmente la vida y los momentos que
experimentáis, para el propósito del alma de evolucionar.
Me
has preguntado sino hay una manera menos dolorosa de pasar por este
proceso, y la respuesta es que sí; pero nada en tu experiencia
externa habrá cambiado. La manera de reducir el dolor que asocias
con las experiencias y acontecimientos de la tierra - tanto tuyos
como de los demás – es cambiar el modo de percibirlos.
No
puedes cambiar el acontecimiento externo (puesto que ha sido creado
por muchos devosotros, y vuestras
conciencias no se han desarrollado lo bastante como para alterar
individualmente lo que ha sido creado colectivamente), de modo que
debes cambiar la experiencia interna. Esta es la llave maestra de la
vida.
Nada
es doloroso en y por sí mismo. El dolor es el resultado de un
pensamiento equivocado. Es un error en el pensar.
Un
Maestro puede hacer desaparecer el mayor dolor; de este modo, el
Maestro sana.
El
dolor resulta de un juicio que te has formado sobre algo. Elimina el
juicio, y el dolor desaparecerá.
A
menudo, el juicio se basa en la experiencia previa. Vuestra idea
sobre algo se deriva de una idea anterior sobre aquello. A su vez,
vuestra idea anterior resulta de otra aún anterior a ella, u ésta
de otra, y así sucesivamente; hasta llegar, recorriendo todo el
camino hacia atrás - como en la sala de los espejos -, a lo que Yo
llamo el primer pensamiento.
Todo
pensamiento es creador, y ningún pensamiento es más poderoso que el
pensamiento original. He ahí por que a veces se le llama también
pecado original.
El
pecado original consiste en que vuestro primer pensamiento sobre algo
sea un error. Este error se mezcla muchas veces con un segundo o
tercer pensamiento. La tarea del Espíritu Santo consiste en
inspirarnos nuevos conocimientos que puedan liberaros de vuestros
errores.
¿Estas
diciendo que no debo sentirme mal al pensar en los niños que mueren
de hambre en África, la violencia y la injusticia en América, o el
terremoto que mata a centenares de personas en Brasil?
En
el mundo de Dios no existe los “debo” ni los “no debo”. Haz
lo que quieras hacer. Haz aquello que constituya tu reflejo, aquello
que te represente como una versión más magnífica de Ti mismo. Si
quieres sentirte mal, siéntete mal.
Pero
no juzgues, ni condenes, puesto que no sabes por qué ocurren las
cosas, ni con qué fin.
Y
recuerda esto: aquello que condenes te condenará, y un día serás
aquello que juzgas.
Trata,
más bien, de cambiar – o ayudar a quienes lo están cambiando -
aquello que ha dejado de reflejar vuestro más alto sentido de
Quienes Sois.
No
obstante, bendícelo todo, pues todo es creación de Dios, a través
de la vida, que constituye la más alta creación.
¿Podríamos
detenernos aquí un instante para que pueda recobrar el aliento? ¿He
oído bien? ¿Dices que en el mundo de Dios no existen los “debo”
ni los “no debo”?
Exacto.
¿Cómo
puede ser? Si no existen en Tu mundo, ¿dónde existirían entonces?
¿Qué
dónde...?
Repito
la pregunta. ¿Dónde existirían los “debo” y “no debo”, si
no es en Tu mundo?
En
vuestra imaginación.
Sin
embargo, quienes me enseñaron todo lo que sé acerca de lo correcto
y lo equivocado, lo que hay que hacer o dejar de hacer, lo que se
debe o no se debe hacer, me dijeron que todas aquellas reglas se
fundamentaban enTi: en Dios.
Entonces,
quienes te enseñaron estaban equivocados. Yo nunca he establecido
qué es lo “correcto”> o lo “equivocado”, que “hay que
hacer” o qué “no hay que hacer”. Obrar así equivaldría a
despojaros completamente de nuestro mayor don: la posibilidad de
hacer lo que os plazca, y experimentar los resultados de ello; la
oportunidad de crearos a vosotros mismos de nuevo a imagen y
semejanza de Quienes Realmente Sois; el espacio para producir una
realidad de vosotros mismos cada vez mayor, basada en vuestra idea
más magnífica de aquello de lo que sois capaces.
Afirmar
que algo – un pensamiento, palabra u
obra – es “equivocado” sería tanto como deciros que no lo
pusierais en práctica. Deciros que no lo pusierais en práctica
sería lo mismo que prohibíroslo. Prohibiroslo sería tanto como
limitaros. Y limitaros equivaldría a negar la realidad de Quienes
Realmente Sois, así como la posibilidad de que creéis y
experimentéis esa verdad.
Hay
quienes dicen que os he dado el libre albedrío, pero luego estos
mismos afirman que, si no Me obedecéis, os enviaré al infierno.
¿Qué clase de libre albedrío es ese? ¿No constituye eso una burla
hacia Dios: negar todo tipo de relación auténtica entre nosotros?
Bueno,
aquí entramos en otro terreno del que también quería que
habláramos, y es todo ese asunto del cielo y el infierno. Por lo que
puedo deducir, no existe nada parecido al infierno.
El
infierno existe pero no es como vosotros pensáis, y no lo habéis
experimentado por las razones que te he dado.
¿Qué
es el infierno?
Es
la experiencia del peor resultado posible de vuestras elecciones,
decisiones y creaciones. Es la consecuencia natural de cualquier
pensamiento que Me niegue, o niegue Quienes Sois en relación a Mí.
Es
el dolor que sufrís a causa de un pensamiento equivocado. Pero el
término “pensamiento equivocado” tampoco es apropiado, ya que no
existe nada que sea equivocado.
El
infierno es lo opuesto a la alegría. Es la insatisfacción. Es saber
Quienes y Que Sois, y fracasar a la hora de experimentarlo. Es ser
menos. Eso es el infierno, y no hay ninguno mayor para vuestra
alma.
Pero
el infierno no existe como ese lugar que habéis imaginado,
donde os quemáis en un fuego eterno, o como una forma de tormento
perpetuo. ¿Qué podría pretender Yo con eso?
Incluso
si Yo sostuviera la idea, extraordinariamente malvada, de que no os
“merecíais” el cielo, ¿por qué habría de tener la necesidad
de buscar algún tipo de venganza, o castigo, por vuestra falta? ¿No
sería para Mí mucho más sencillo simplemente deshacerme de
vosotros? ¿Qué vengativa parte de Mí necesitaría someteros a un
sufrimiento eterno de un tipo y una intensidad más allá de
cualquier descripción?
Si
me contestas que la necesidad de justicia, ¿no sería
suficientemente justo la simple negación de la comunión Conmigo en
el cielo? ¿Hace falta también infligir un dolor sin fin?
Te
digo que después de la muerte no hay ninguna experiencia
semejante a la que habéis elaborado en vuestras teologías, basadas
en el temor.
Pero
sí existe la experiencia del alma tan infeliz, tan incompleta, tan
inferior al todo, tan separada de la inmensa alegría de Dios,
que para vuestra alma eso sería el infierno. Pero deja que te diga
que Yo no os envío ahí, ni tampoco soy la causa de que esa
experiencia os aflija. Sois vosotros, vosotros mismos, quienes creáis
esa experiencia, cada vez y en cada ocasión que alejáis vuestro Yo
de vuestro pensamiento más alto sobre vosotros. Sois vosotros,
vosotros mismos, quienes creáis la experiencia cada vez que
rechazáis a vuestro Yo; cada vez que negáis Quienes y Que Sois
Realmente.
Pero
ni siquiera esta experiencia es eterna. No puede serlo, puesto
que no forma parte de Mi plan que permanezcáis separados de Mí para
siempre. En realidad, una cosa así es una imposibilidad: para que
algo así sucediera, no sólo vosotros habríais de negar
Quienes Sois; también habría de hacerlo Yo. Y eso no lo haré
nunca. Y mientras uno de nosotros mantenga la verdad acerca de
vosotros, dicha verdad prevalecerá finalmente.
Pero
si no hay infierno, ¿significa eso que puedo hacer lo que quiera,
actuar como desee, realizar cualquier acción, sin temor a un
castigo?
¿Necesitas
el temor para poder ser, hacer y tener aquello que es
intrínsecamente justo? ¿Necesitas sentirte amenazado para
ser “bueno”? ¿Y qué es “ser bueno”? ¿Quién tiene la
última palabra respecto a eso? ¿Quién establece las pautas? ¿
¿Quién hace las normas?
Déjame
que te diga algo: cada uno de vosotros es quien hace sus
propias normas. Cada uno de vosotros establece las pautas. Y cada uno
de vosotros decide si lo que ha hecho es bueno, si lo que hace es
bueno; ya que cada uno de vosotros es el único que ha
decidido Quién y Qué Es Realmente, y Quién Quiere Ser. Y cada uno
de vosotros es el único que puede establecer si lo que
hace es bueno.
Ningún
otro os juzgará nunca, ya que ¿por qué, y cómo, podría Dios
juzgar Su propia creación y decir que es mala? Si Yo quisiera que
fuerais perfectos y obrarais siempre de manera perfecta, os habría
dejado en el estado de total perfección del que procedéis. El fin
último del proceso era que os descubrierais a vosotros mismos, que
os crearais a Vosotros mismos, tal como realmente sois, y como
realmente deseáis ser. Pero no podíais serlo a menos que tuvierais
también la posibilidad de ser otra cosa distinta.
¿Debo,
entonces, castigaros por realizar una elección que Yo Mismo he
puesto ha vuestro alcance? Y si Yo no quisiera que dispusierais de
esa segunda posibilidad, ¿para qué habría de crear otra que no
fuera la primera?
Esta
es la pregunta que debéis haceros antes de atribuirme el papel de un
Dios que condena.
La
respuesta directa a tu pregunta es que sí: puedes hacer lo que
quieras sin temor al castigo. Sin embargo, puede resultarte útil ser
consciente de las consecuencias.
Las
consecuencias son los resultados naturales. No tienen nada que ver
con los castigos. Son simplemente resultados: lo que resulta de la
aplicación natural de las leyes naturales; lo que ocurre –
de manera totalmente predecible - como consecuencia de lo que ha
ocurrido.
Toda
la vida física funciona según las leyes naturales. Cuando recordéis
estas leyes, y las apliquéis, lograréis dominar la vida a nivel
físico.
Lo
que a vosotros os parece un castigo – o aquello a lo que llamaríais
el mal, o la mala fortuna -, no es sino una ley natural
manifestándose por sí misma.
Entonces
si conociera estas leyes, y las obedeciera, nunca más volvería a
tener un momento de turbación. ¿Es eso lo que me estas diciendo?
Nunca
te experimentarías a Ti mismo en un estado de eso que llamas
“turbación”. No considerarías ninguna situación de la vida
como un problema. No afrontarías ninguna situación con inquietud.
Pondrías fin a cualquier clase de preocupación, duda o temor.
Vivirías tal como imagináis que vivían Adán y Eva: no como
espíritus desencarnados en el reino de lo absoluto, sino como
espíritus encarnados en el reino de lo relativo. Pero gozarías de
toda la libertad, de toda la alegría, de toda la paz y de toda la
sabiduría, el conocimiento y la fuerza del Espíritu que eres.
Serías un ser plenamente realizado.
Este
es el objetivo de vuestra alma. Este es su propósito: realizarse
plenamente ella misma a través del cuerpo; llegar a ser la
encarnación de todo lo que realmente es.
Este
es Mi plan para vosotros. Este es mi ideal: lo que Yo debo llegar a
realizar por medio de vosotros. Es así, convirtiendo el concepto en
experiencia, como Yo puedo conocerme a Mí mismo experimentalmente.
Las
leyes del Universo son leyes que Yo he establecido. Son leyes
perfectas, que crean una función perfecta de lo físico.
¿Has
visto alguna vez algo más perfecto que un copo de nieve? Su
complejidad, su dibujo, su simetría, su identidad consigo mismo y su
originalidad respecto a todos los demás: todo es un misterio. Os
asombráis ante el milagro de esta imponente manifestación de la
naturaleza. Pero si puedo hacer esto con un simple copo de nieve,
¿qué crees que puedo hacer – que he hecho - con el
universo?
Aunque
vierais su simetría, la perfección de su diseño - desde el cuerpo
más grande a la partícula más pequeña -, no seríais capaces de
mantener esta verdad en vuestra propia realidad. Ni siquiera ahora,
que empezáis a vislumbrar algo de él, podéis imaginar o entender
sus interrelaciones. Pero podéis saber que existen dichas
interrelaciones: mucho más complejas y mucho más extraordinarias de
lo que vuestra comprensión actual puede abarcar. Vuestro Shakespeare
lo expresó maravillosamente: “¡Hay más cosas en el cielo y en
la tierra, Horacio, de las que ha soñado tu filosofía!”
Afirmación:
«Todos formamos parte de la familia del amor».
Yo
pienso que así como los hijos escogen a sus padres, los padres
también escogen a sus hijos. Los hijos son grandes maestros y
grandes portadores de dones. Vida tras vida volvemos para aumentar
nuestra educación y nuestro crecimiento espiritual. Interaccionamos
con las mismas almas una y otra vez. En cada vida desarrollamos un
nuevo aspecto de nuestro crecimiento. Cuando en una vida queda algo
inconcluso, habrá un intento para completarlo en otra.
De
modo que hay interesantes preguntas que formular: ¿Cuáles fueron
las opciones que hicimos antes de esta encarnación actual? ¿Por qué
esa persona escoge a esos padres? ¿Por qué esos padres, en el plano
cósmico, optan por la experiencia de tener ese hijo? ¿Cuál es la
lección que todos ellos han venido a aprender?
¿Cómo
manejamos la culpa de rechazar a un hijo porque «no es como
nosotros» o tiene una enfermedad que nos asusta? ¿Por qué cerramos
nuestro corazón? ¿Qué daño conlleva esta actitud para los
rechazados y para los que rechazan? ¿Cuáles serán sus pautas y
lecciones en sus siguientes vidas?
Es
fácil rechazar aquello que tememos. Con frecuencia huimos de lo que
tenemos que aprender, aun cuando en lo más profundo de nuestro
interiorsabemos
que volveremos a encontrarlo nuevamente. Nublamos nuestra conciencia
con preguntas como: «¿Qué pensarán los demás?»,
«¿Me
rechazarán si proclamo mi amor por un hijo que es diferente?»,
«¿Pongo mis valores en las apariencias externas en lugar de hacerlo
en los seres que amo?», «¿Dónde están mis prioridades, y con
respecto a quién?».
No
hay respuestas correctas ni equivocadas a estas preguntas. La senda
es individual. Algunos hemos venido a experimentar rechazo, o dolor,
o soledad, o enfermedad. Todas son oportunidades para amar y para
avanzar espiritualmente. No creo que necesitemos quedarnos estancados
en ninguna de nuestras elecciones negativas. Somos capaces de seguir
el mensaje de nuestro corazón y de trascender cualquier experiencia
negativa que tengamos.
La
comprensión de nuestra elección.
Yo
creo que nosotros escogemos a nuestro padres. Cada uno de nosotros
decide encarnarse en este planeta en un momento particular del tiempo
y en un lugar preciso del espacio. Hemos elegido venir aquí a
aprender una lección especial que nos hará avanzar en nuestra senda
evolutiva espiritual. Escogemos nuestro sexo, el color de nuestra
piel, nuestro país, y luego miramos a nuestro alrededor en busca de
los padres que reflejen la pauta en la que queremos trabajar en esta
vida. Los escogimos porque eran perfectos para nosotros. Ellos son la
pareja perfecta de «expertos» en lo que hemos elegido aprender. Las
lecciones que hemos venido a aprender calzan perfectamente con las
«debilidades» de nuestros padres. Sí, escogiste los padres
correctos; si no, no estarías aquí ahora.
Si
realmente hubieras cometido un error en la elección de padres,
habrías dejado el planeta muy pronto. Pienso que esa es la causa de
que nazcan niños muertos o de que mueran cuando son bebés. Esas son
maneras fáciles de dejar el planeta. O bien la entidad vino
demasiado pronto para la lección que tenias que aprender o se
equivocó en la elección de sus padres.
Adquirimos
nuestro sistema de creencias cuando somos muy pequeño y luego nos
movemos por la vida creando experiencias que encajen con nuestra
creencias. Mira hacia atrás en tu vida y verás cuán a menudo has
pasado por las mismas experiencias. Ahora bien, yo creo que te has
creado esas experiencias una y otra vez porque reflejan alguna
creencia que tienes de ti. En realidad no importa durante cuánto
tiempo hayamos tenido algún problema, ni lo grande que sea, ni cómo
nos ha tratado la vida. Has de saber que cualquier situación
negativa que haya existido en el pasado puede cambiarse ahora.
Antes
de venir a este planeta, escogemos la lección en la que vamos a
trabajar. De todos modos, sea cual fuere nuestra forma de enfocarlo,
el tema es siempre el amor: cuánto podemos amarnos a nosotros
mismos, a pesar de todo lo que hayamos hecho en nuestra vida. Y antes
de venir, creo que lo primero que hacemos después de elegir nuestra
lección, es escoger nuestra sexualidad. ¿Qué sexualidad vamos a
tener esta vez? ¿Elijo ser mujer porque eso me proporcionará
determinadas experiencias, o escojo ser hombre porque son
experiencias de otro tipo lo que necesito esta vez?
¿Elijo
ser heterosexual por la clase de experiencias que me ofrece, o escojo
ser homosexual porque necesito experiencias totalmente diferentes? Y
luego, creo que escogemos el color de nuestra piel. ¿De qué raza
voy a ser esta vez? Porque según el color que elijamos tener nos
encontraremos con diferentes experiencias. Y luego decidimos en qué
lugar del planeta vamos a nacer. También tendremos experiencias
diferentes según el lugar que escojamos. Si nacemos en África, esto
significa un conjunto de circunstancias enteramente distintas de las
que nos encontraremos si nacemos en Australia, Alaska, Liverpool o
Los Ángeles. Todas son circunstancias diferentes con distintos
problemas que enfrentar.
Y
una vez que tenemos todo esto, miramos a nuestro alrededor con mucha
atención en busca de la perfecta pareja de padres que reflejen lo
que venimos a aprender. Sé que muchos de nosotros, cuando crecemos,
miramos a nuestros padres y decimos: «Bueno, vosotros me hicisteis
así.
La
culpa es vuestra». Pero yo creo que los escogimos porque eran
perfectos para lo que queríamos aprender en esta vida. Y ellos nos
eligieron a nosotros por la misma razón.
¿Cuán
dispuestos estamos a amar? ¿Cuán dispuestos estamos a ser fieles a
nuestra naturaleza? ¿Y a amarnos y apreciarnos a nosotros mismos?
Todas las cosas que experimentamos son medios para nuestro
crecimiento espiritual. El prejuicio es tan ridículo... Nuestras
experiencias no son ni buenas ni malas, son las experiencias que
nuestra alma escogió.
Y
nos enfadamos cuando alguien nos dice que elegimos a nuestros padres.
«¿Quién, yo? Yo no los habría escogido por padres.» Lo sé
porque he pasado por lo mismo. Pero creo que si uno se hubiera
equivocado con sus padres, habría abandonado esta vida muy pronto.
Desde luego, antes de cumplir un año, y tal vez a las pocas horas de
nacer.
Si uno ha llegado hasta este momento, hoy, aquí, es que los
padres que tiene son perfectos para lo que ha venido a hacer en esta
vida. Y sea lo que sea aquello en lo que hemos de trabajar, lo
haremos con ellos.