EL TRIUNFADOR
Una vez que el ego ha aparecido en escena, emerge también el impulso del triunfador, un poderoso ímpetu que nos empuja a salir al mundo y vencer. Las señales de ello son primarias: el bebé pronto quiere andar y empieza a protestar si su madre no se lo permite. Este deseo de escapar y deambular fuera del anillo de protección materno es tímido al principio, pero con el tiempo, el mismo bebé que anhelaba que lo abrazaran, llora para que lo suelten. Se trata de un instinto beneficioso, porque lo desconocido es fuente de miedos y si el bebé no saliese a conquistar el mundo crecería temiéndolo cada vez más.
El impulso del triunfador es la señal del ego en acción, probándose a sí mismo que la separación es soportable. Y su surgimiento es imprescindible para que los seres humanos adquiramos confianza desde la perspectiva de singularidad.
Hay que insistir en que la existencia que hemos elegido como mortales en este mundo de objetos y acontecimientos trata de una cosa: experimentar la individualidad y, en libre albedrío y vía aumento de la consciencia, trascender de tal estado. Y para ser individuo es necesario el ego; y para ello es preciso el nacimiento del triunfador, que hace que éste sea un mundo lleno de cosas que hacer y aprender.
La sed de triunfo aplastará al auténtico propósito de la
búsqueda. Nuestra consciencia queda ignorada, adormecida,
bajo una amplia batería de inclinaciones que nos conducen
a lograr el reconocimiento social, a ponderar el éxito
por encima de cualquier otra cosa, a sacralizar la propiedad
y el dinero, a idolatrar la propia imagen y el poder. Dejamos
de vivir en el presente, lo único que en verdad existe,
y deambulamos entre el recuerdo subjetivo de un pasado
lleno de tareas pendientes e insatisfacciones y un futuro al
que confiamos nuestra realización personal. Las pre-ocupaciones
(futuro) se anteponen a las ocupaciones (presente);
y hasta el dolor lo sublimamos a través del ego como sufrimiento,
otro apego más. En libre albedrío, las personas
decidimos que el mundo exterior es más importante que nosotros mismos y arrinconamos la consciencia sobre nuestro
verdadero ser.
Es así como el ego asume el mando de nuestra vida, sin
ofrecer realmente ninguna posibilidad de realización. Controla
y carece de amor; ansía tomar todo lo que pueda para
sí mismo en el convencimiento de que la vía del servicio a
mí mismo y sólo a mí es la apta e idónea para alcanzar la
felicidad. Todas las personas, a lo largo de la cadena de vidas
que conforma nuestra encarnación en el plano humano,
marchamos un tiempo más o menos prolongado por esta
vía. Nada malo hay en ello desde la perspectiva divina, pues
el libre albedrío marca el rumbo más acertado.
No obstante, un buen día, fruto de la acumulación de
experiencias, el ego encuentra que la felicidad no reside sólo
en tomar, sino, igualmente, en dar. Y la acción de dar no se
limita a ofrecer dinero o cosas a otra persona; existe también
el servicio al otro, el darse uno mismo; y la devoción, la
acción de dar amor bajo su forma pura. Eso sí, no se experimenta
el placer de dar mientras se haga porque alguien lo
ordena o porque se piense que es lo correcto: la acción de dar tiene que ser espontánea y desinteresada.
BUSCADORESEMILIO CARRILLO
Muchas gracias.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Muchas gracias a ti por existir, por la labor tan hermosa de Amor Incondicional que realizas. Bendiciones miles y un abrazo desde el corazón.
ResponderEliminar