LAS
DOS DIMENSIONES DEL MOMENTO PRESENTE
Como
ya se ha resaltado, el momento presente es el único sitio donde la
vida existe. La vida llena y abundante es la eterna, la que no está
sujeta al tiempo, un continuo momento presente en el que lo eterno se
desenvuelve. Nuestra dimensión profunda se encuentra donde el ego
nunca la buscaría: en el aquí y ahora. No obstante, el momento
presente cuenta también con dos dimensiones: la superficial y
cambiante; y la subyacente y fija.
La
primera es la forma del momento presente, sus contenidos percibidos
por nuestros sentidos. Y es cambiante. De un momento a otro varían
los sonidos, silencios y ruidos; las luces y las sombras; la
respiración y otras facetas corporales; las circunstancias
personales y del entorno; las situaciones, lugares y paisajes; los
estados de ánimo; la temperatura y la climatología; los olores y lo
que el tacto toca; los pensamientos que transitan por la mente; los
sentimientos y emociones; etcétera.
La
segunda, la esencia subyacente por debajo de las formas, es la
existencia, la vida misma, que siempre es ahora y nunca será no
ahora. La existencia es “ser” y “ser” es ahora; no cuando
fue, ni cuando será; no es un pensamiento o un objeto mental. Es el
ahora; es “Ser”; es lo “Real”.
El
ego, en su pilotaje automático, transitando entre creaciones
mentales, ni sabe en qué consiste la esencia subyacente del momento
presente. Sólo reconoce su aspecto superficial, la forma del ahora,
que muta cada día, cada hora, cada minuto e, incluso, cada segundo.
Por ello, el pequeño yo cree que es el propio momento presente el
que se transforma de momento en momento. Casi ni existe, llega a
pensar, dada su volatilidad, oscilando entre el momento que ya ha
pasado y el que después vendrá.
Pero
hay una esfera no superficial del momento presente que escapa a la
comprensión del ego. Valga el ejemplo de un río, verbigracia el muy
milenario Guadalquivir, el Baetis o Beitis de antes de los tartesios,
que fluye desde tiempos remotos por tierras andaluzas. El falso yo,
sentado a su orilla, sólo atiende a las formas y observa el curso de
sus aguas, que en un punto concreto varía a cada momento o baja más
o menos caudaloso. Es incapaz de entender que el río, por encima de
tales cambios, es el río; que el Guadalquivir existe y es con
independencia de las formas que adopte, más allá del discurrir de
sus aguas, de las modificaciones de su caudal y del transcurrir del
tiempo.
Lo
mismo ocurre con el ser humano, que, como el momento presente, cuenta
con una dimensión superficial, su forma percibida por los sentidos,
y otra subyacente. La primera es la persona temporal, cuya fisonomía
y circunstancias mutan a cada momento y cuyo fin, al cabo de unas
pocas décadas, se halla en el cementerio. Allí serán enterrados o
quemados todos sus anhelos, dramas, temores, ambiciones, éxitos y
fracasos; allí quedará su forma reducida a polvo o ceniza. Por el
contrario, la esencia subyacente no sabe de variaciones ni de
muertes. Es inalterable, es la existencia, es el ser; el verdadero
Yo, no el falso y pequeño yo; lo único real.
Contemplar
lo transitorio y efímero del momento presente -sea de un río o de
un ser humano- es una buena manera no sólo de percibir la forma,
sino, igualmente, de percatarse de la esencia subyacente: el ser; el
ahora ajeno a las formas y sus modificaciones. Se “es” en el
ahora, en el momento presente. La forma de éste sí se transforma
continuamente, pero sólo la forma. Por debajo del cambio hay algo
que no tiene forma. Y ese algo no es “algo”; es sólo algo cuando
pensamos en él y pretendemos llevarlo al mundo del ego. Pero,
realmente, carece de forma, no es un objeto mental: es Ser, Existir,
este momento, ahora.
No
se puede ir más allá de este punto con el entendimiento. De hecho,
ni hace falta ni es conveniente. Paramos el ajetreo incesante de los
pensamientos, nos contemplamos a nosotros mismos y sentimos
internamente que ser es existir y existir es ser. ¡Ya está!. Ni
más, ni menos. No necesitamos pensar en que existimos y somos. Se
trata, sencillamente, de tomar consciencia de ser, de existir. La
mente está a nuestro servicio, no al revés; la mente está al
servicio del ser, no a la inversa. Y ser conlleva atributos y
potestades que pierden su esencia -se desnaturalizan- si son
mentalmente tratados. Ser, existir, no precisa de racionalización
alguna. Cuando intentamos situarlo al nivel del entendimiento lo
convertimos mentalmente en “algo”, lo empaquetamos en un objeto
mental; y desvirtuamos de modo lamentable su esencia y entidad. Si lo
nombramos, clasificamos y etiquetamos, ya no es real, sino una
interpretación mental que nada tiene que ver con lo real.
AMOR: VIDA Y CONSCIENCIA
EMILIO CARRILLO
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