Imagínate
que te despiertas temprano por la mañana, rebosante de entusiasmo
ante un nuevo día. Te sientes feliz, de maravilla, y dispones de
mucha energía para afrontar ese día. Entonces, mientras desayunas,
tienes una fuerte discusión con tu pareja, y un verdadero torrente
de emoción sale fuera. Te enfureces, y gastas una gran parte de tu
poder personal en la rabia que expresas.
Tras
la discusión, te sientes agotado, y lo único que quieres hacer es
irte y echarte a llorar. De hecho, te sientes tan cansado, que te vas
a la habitación, te derrumbas y tratas de recuperarte. Te pasas el
día envuelto en tus emociones. No te queda ninguna energía para
seguir adelante y sólo quieres olvidarte de todo.
Cada
día nos despertamos con una determinada cantidad de energía mental,
emocional y física que gastamos durante el día. Si permitimos que
las emociones consuman nuestra energía, no nos quedará ninguna para
cambiar nuestra vida o para dársela a los demás.
La
manera en que ves el mundo depende de las emociones que sientes.
Cuando
estás enfadado, todo lo que te rodea está mal, nada está bien. Le
echas la culpa a todo, incluso al tiempo; llueva o haga sol, nada te
complacerá. Cuando estás triste, todo lo que te rodea te parece
triste y te hace llorar. Ves los árboles y te sientes triste, ves la
lluvia y te parece triste. Tal vez te sientes vulnerable y crees que
tienes que protegerte a ti mismo porque piensas que alguien te
atacará en cualquier momento. No confías en nada ni en nadie. ¡Esto
te ocurre porque ves el mundo a través de los ojos del miedo!
Imagínate
que la mente humana es igual que tu piel. Si la tocas y está sana,
la sensación es maravillosa. Tu piel está hecha para percibir la
sensación del tacto, que es deliciosa. Ahora imagínate que tienes
una herida infectada en la piel. Si la tocas, te dolerá, de modo que
intentarás cubrirla para protegerla. Si te tocan, no disfrutarás de
ello porque te dolerá.
Ahora
imagínate que todos los seres humanos tienen una enfermedad en la
piel. Nadie puede tocar a ninguna otra persona porque le provoca
dolor. Todo el mundo tiene heridas en la piel, hasta el punto de que
tanto la infección como el dolor llegan a considerarse normales; la
gente cree que ser así es lo normal.
¿Puedes
imaginarte cómo nos trataríamos los unos a los otros si todos los
seres humanos tuviésemos esta enfermedad de la piel? Casi no nos
abrazaríamos, claro, porque nos dolería demasiado, de modo que
tendríamos que mantener una buena distancia entre nosotros.
La
mente humana es exactamente igual a la descripción de esta infección
en la piel. Cada ser humano tiene un cuerpo emocional cubierto por
entero de heridas infectadas por el veneno de todas las emociones que
nos hacen sufrir, como el odio, la rabia, la envidia y la tristeza.
Una injusticia abre una herida en nuestra mente y reaccionamos
produciendo veneno emocional por causa de los conceptos y creencias
que tenemos sobre qué es justo y qué no lo es. Debido al proceso de
domesticación, la mente está tan herida y llena de veneno, que
todos creemos que ese estado es el normal. Sin embargo, te aseguro
que no lo es.
Nuestro
sueño del planeta es disfuncional; los seres humanos tenemos una
enfermedad mental llamada «miedo». Los síntomas de esta enfermedad
son todas las emociones que nos hacen sufrir: rabia, odio, tristeza,
envidia y desengaño.
Cuando
el miedo es demasiado grande, la mente racional empieza a fallar y a
esto lo denominamos «enfermedad mental». El comportamiento
psicótico tiene lugar cuando la mente está tan asustada y las
heridas son tan profundas, que parece mejor romper el contacto con el
mundo exterior.
Si
somos capaces de ver nuestro estado mental como una enfermedad,
descubriremos que existe una cura. No es necesario que suframos más.
En primer lugar, necesitamos saber la verdad para curar las heridas
emocionales por completo: debemos abrirlas y extraer el veneno. ¿Cómo
lo podemos hacer? Hemos de perdonar a los que creemos que se han
portado mal con nosotros, no porque se lo merezcan, sino porque
sentimos tanto amor por nosotros mismos que no queremos continuar
pagando por esas injusticias.
El
perdón es la única manera de sanarnos. Podemos elegir perdonar
porque sentimos compasión por nosotros mismos. Podemos dejar marchar
el resentimiento y declarar: «¡Ya basta! No volveré a ser el gran
Juez que actúa contra mí mismo. No volveré a maltratarme ni a
agredirme. No volveré a ser la Víctima».
Para
empezar, es necesario que perdonemos a nuestros padres, a nuestros
hermanos, a nuestros amigos y a Dios. Una vez perdones a Dios, te
perdonarás por fin a ti mismo. Una vez te perdones a ti mismo, el
autorrechazo desaparecerá de tu mente. Empezarás a aceptarte, y el
amor que sentirás por ti será tan fuerte, que al final acabarás
aceptándote por completo tal como eres. Así empezamos a ser libres
los seres humanos. El perdón es la clave.
Sabrás
que has perdonado a alguien cuando lo veas y ya no sientas ninguna
reacción emocional. Oirás el nombre de esa persona y no tendrás
ninguna reacción emocional. Cuando alguien te toca lo que antes era
una herida y ya no sientes dolor, entonces sabes que realmente has
perdonado.
La
verdad es como un escalpelo. Es dolorosa porque abre todas las
heridas que están cubiertas por mentiras para así poder sanarlas.
Estas mentiras son lo que llamamos «el sistema de negación», que
resulta práctico porque nos permite tapar nuestras heridas y
continuar funcionando. Pero cuando ya no tenemos heridas ni veneno,
no necesitamos mentir más. No necesitamos el sistema de negación,
porque se puede tocar una mente sana sin que experimente ningún
dolor. Cuando la mente está limpia, el contacto resulta placentero.
Para
la mayoría de las personas, el problema reside en que pierden el
control de sus emociones. Es el ser humanó quien debe controlar sus
emociones y no al revés. Cuando perdemos el control, decimos cosas
que no queremos decir y hacemos cosas que no queremos hacer. Por este
motivo es tan importante que seamos impecables con nuestras palabras
y que nos convirtamos en guerreros espirituales. Debemos aprender a
controlar nuestras emociones a fin de tener el suficiente poder
personal para cambiar los acuerdos basados en el miedo, escapar del
infierno y crear nuestro cielo personal.
¿Cómo
nos podemos convertir en guerreros? Los guerreros tienen algunas
características que son prácticamente iguales en todo el mundo. Son
conscientes.
Esto
es muy importante. Hemos de ser conscientes de que estamos en guerra,
y esa guerra que tiene lugar en nuestra mente requiere disciplina; no
la disciplina del soldado, sino la del guerrero; no la disciplina que
proviene del exterior y nos dice qué hacer y qué no hacer, sino la
de ser nosotros mismos, sin importar lo que esto signifique.
El
guerrero tiene control no sobre otros seres humanos, sino sobre sí
mismo; controla sus propias emociones. Reprimimos nuestras emociones
cuando perdemos el control, no cuando lo mantenemos. La gran
diferencia entre un guerrero y una víctima es que ésta se reprime y
el guerrero se refrena. Las víctimas se reprimen porque tienen miedo
de mostrar sus emociones, de decir lo que quieren decir. Refrenarse
no es lo mismo que reprimirse. Significa retener las emociones
y expresarlas en el momento adecuado, ni antes ni después. Ésta es
la razón por la cual los guerreros son impecables. Tienen un control
absoluto sobre sus propias emociones y, por consiguiente, sobre su
propio comportamiento.
LOS
CUATRO ACUERDOS – Don Miguel Ruiz
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