domingo, 24 de abril de 2016

"LA COMPASIÓN" WALTER RISO AMORES ALTAMENTE PELIGROSOS


LA COMPASIÓN
La acepción de la palabra compasión no siempre es bien entendida. El diccionario la describe como un sentimiento de conmiseración y lástima hacia quienes sufren penalidades o desgracias. Quizás esta sea la razón por la cual, cuando decimos "siento compasión por ti", la persona suele ofenderse:
"¡No necesito tu lástima!" (al ego no le gusta producir pesar, porque sería aceptar su propia debilidad). Pero hay otro significado, uno más interesante, que proviene de la espiritualidad, la mística y la filosofía. Aquí no se trata tanto de piedad sino de una com-pasión participante, es decir, un com-partir que surge del interés y la necesidad de apropiarse del dolor ajeno para que deje de ser ajeno.
Esta compasión implica involucrarse de manera activa en la angustia de otro ser humano: un acto de ternura, un socio para los malos ratos, un corazón abierto y dispuesto, no necesariamente para
resolver la aflicción sino para sentir el padecimiento como si fuera propio: "Me duele tu dolor".
Octavio Paz cita a Unamuno en una frase que muestra lo que quiero decir: "No siento nada cuando rozo las piernas de mi mujer, pero me duelen las mías si a ella le duelen las mías si a ella le duelen las
suyas."
Pasión no sólo significa "inclinación intensa, vehemente, viva, hacia otra persona o algo", sino también acción de padecer. Apasionarse es sufrir, ya sea poco o mucho, la explosión del entusiasmo.
Es en la pasión donde el amor se vuelve doloroso y el dolor amoroso. Dos extremos de un mismo hilo continuo que se juntan en un curioso enredo: el nudo gordiano del amor pasional.
A la verdadera compasión no la mueve la caridad ni la obsesión por los diezmos. Su mensaje podría resumirse así: "Me duele tu dolor. No me propongo hacerme cargo de él, no busco solucionarlo ni
calmarlo porque no sé cómo hacerlo. Quiero sufrir a tu lado porque simple y llanamente te amo, y este amor apasionado me lleva directo a tus heridas. No se trata de elección, yo no elijo nada. No es cuestión de voluntad, sino un mandato del corazón. Sencillamente ocurre en mí como si mi cuerpo fuera prolongación del tuyo, como si nuestras fisiologías estuvieran secretamente conectadas. Soy sensible a tu ser, a lo que dices, a tu mirada, a tus movimientos, desplazamientos, quietudes e inquietudes, a tus gestos de repudio y a tu imperceptible sonrisa. Me duele tu dolor, como me alegra tu alegría. Eso es todo".
¿De dónde surge semejante aprehensión? ¿Por qué la mente captura el sufrimiento de la persona amada tan intensamente? ¿O será que la compasión es en sí misma trascendente? ¿Cuál es el enigma?
¿Qué fuerza extraña nos impulsa a violar el principio del placer y a dejar de lado el más recalcitrante egoísmo?
No sabemos con seguridad qué mueve al organismo a sufrir vicariamente. Quizá la naturaleza, a través del amor, quiere enseñamos que el otro es tan importante como uno y por eso nos vuelve extraordinariamente sensibles y vulnerables a la persona amada. Tampoco podemos explicar por qué respondemos más intensamente al dolor que a la alegría de la pareja. El sufrimiento suele ser más contagioso que la felicidad, y más potente, más arrebatador, más intrusivo.
La com-pasión es un don esencialmente humano. Es más que cuidar y dar de comer, es mucho más que criar y responsabilizarse. No es un deber asumido desde la lógica, ni se parece a la obligación que caracteriza la moral o la convicción ética. No hay argumentos claros para describir adecuadamente la actitud compasiva, a no ser que se piense en una especie de testarudez afectiva similar a la amistad.

Si el corazón pudiera hablar en este tema, creo que diría algo así: Te quiero porque te quiero, y quizá, por esa misma "sin razón" se me antoja tu dolor, y aunque sea descabellado, debo admitido, me siento mejor si sufrimos juntos.
WALTER  RISO
AMORES ALTAMENTE PELIGROSOS

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