ORACIÓN
PARA EL AMOR
Vamos
a compartir un bello sueño juntos: un sueño que querrás tener
siempre. En este sueño te encuentras en un precioso día cálido y
soleado. Oyes los pájaros, el viento y un pequeño río. Te diriges
hacia él; en su orilla hay un anciano que medita y ves que, de su
cabeza, emana una luz maravillosa de distintos colores. Intentas no
molestarle, pero él percibe tu presencia y abre los ojos, que
rebosan amor. Sonríe ampliamente.
Le preguntas qué hace para
irradiar esa maravillosa luz, y si puede enseñarte a hacerlo. Te
contesta que hace muchos,muchos años, él le hizo esa misma pregunta
a su maestro.
El
anciano empieza a explicarte su historia: «Mi maestro se abrió el
pecho, extrajo su corazón, y de él, tomó una preciosa llama.
Después, abrió mi pecho, sacó mi corazón y depositó esa pequeña
llama en su interior. Colocó mi corazón de nuevo en mi pecho, y tan
pronto como el corazón estuvo dentro de mí, sentí un intenso amor,
porque la llama que puso en él era su propio amor.
»Esta
llama creció en mi corazón y se convirtió en un gran fuego que no
quema, sino que purifica todo lo que toca. Este fuego tocó todas las
células de mi cuerpo y ellas me entregaron su amor. Me volví uno
con mi cuerpo y mi amor creció todavía más. El fuego tocó todas
las emociones de mi mente, que se transformaron en un amor fuerte e
intenso. Y me amé a mí mismo de una forma absoluta e incondicional.
»Pero
el fuego continuó ardiendo y sentí la necesidad de compartir mi
amor.
Decidí
poner un poco de él en cada árbol, y los árboles me amaron y me
hice uno con ellos, pero mi amor no se detuvo, creció todavía más.
Puse un poco de él en cada flor, en la hierba y en la tierra, y
ellas me amaron y nos hicimos uno. Y mi amor continuó creciendo más
y más para amar a todos los animales del mundo.
Ellos
respondieron a él, me amaron y nos hicimos uno. Pero mi amor
continuó creciendo más y más.
»Puse
un poco de mi amor en cada cristal, en cada piedra, en el polvo y en
los metales, y me amaron y me hice uno con la tierra. Y entonces
decidí poner mi amor en el agua, en los océanos, en los ríos, en
la lluvia y en la nieve, y me amaron y nos hicimos uno. Y mi amor
siguió creciendo todavía más y más. Y decidí entregar mi amor al
aire, al viento. Sentí una fuerte comunión con la tierra, con el
viento, con los océanos, con la naturaleza, y mi amor creció más y
más.
»Volví
la cabeza al cielo, al sol y a las estrellas y puse un poco de mi
amor en cada estrella, en la luna y en el sol, y me amaron. Y me hice
uno con la luna, el sol y las estrellas, y mi amor continuó
creciendo más y más. Y puse un poco de mi amor en cada ser humano y
me volví uno con toda la humanidad. Dondequiera que voy, con
quienquiera que me encuentre, me veo en sus ojos, porque soy parte de
todo, porque amo».
Y
entonces el anciano abre su propio pecho, extrae su corazón con la
preciosa llama dentro y la coloca en tu corazón. Y ahora esa llama
crece en tu interior.
Ahora
eres uno con el viento, con el agua, con las estrellas, con toda la
naturaleza, con los animales y con todos los seres humanos. Sientes
el calor y la luz que emana de la llama de tu corazón. De tu cabeza
sale una preciosa luz de colores que brilla.
Estás
radiante con el resplandor del amor y rezas:
Gracias,
Creador del Universo, por el regalo de la vida que me has dado.
Gracias
por proporcionarme todo lo que verdaderamente he necesitado. Gracias
por la oportunidad de sentir este precioso cuerpo y esta maravillosa
mente.
Gracias
por vivir en mi interior con todo tu amor, con tu espíritu puro e
infinito, con tu luz cálida y radiante.
Gracias
por utilizar mis palabras, mis ojos y mi corazón para compartir tu
amor dondequiera que voy. Te amo tal como eres, y por ser tu
creación, me amo a mí mismo tal como soy. Ayúdame a conservar el
amor y la paz en mi corazón y a hacer de ese amor una nueva forma de
vida, y haz que pueda vivir amando el resto de mi existencia.
Amén.
más
de dos décadas se ha dedicado a compartir la antigua sabiduría de
los toltecas con sus estudiantes y sus aprendices, guiándolos hacia
su propia libertad personal.
Los cuatro acuerdos – Don Miguel Ruiz
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