«¡Cuidado con las palabras!», solía decir. «En cuanto te descuidas, adquieren vida propia:
te deslumbran, te hipnotizan, te aterrorizan. . . , te hacen perder de vista la realidad que
representan y te hacen creer que son reales».
El mundo que vemos no es el Reino que ven los niños, sino un mundo fragmentado, roto
en mil pedazos por la palabra. . . Es como si viéramos cada una de las olas como algo
distinto e independiente del conjunto del océano.
Cuando se silencian palabras y pensamientos, el Universo -real, entero y uno- se muestra
en todo su esplendor, y las palabras son lo que deben ser: la partitura, no la música;
el menú, no la comida; el poste indicador , no el final del viaje».
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