CONTRATOS
SAGRADOS
Y
RELACIONES
HUMANAS
Sin
duda alguna, Bill y Sharon tenían un contrato conjunto. Los turcos
lo llamarían «kismet» —el destino o suerte en la vida— y los
judíos, «be'shert», vocablo yiddish que significa «destinado a
ser tu amante». Bill y Sharon estaban destinados a estar juntos no
sólo en términos románticos, aunque, sin duda, ese aspecto fue
importante para su unión.
Por encima de todo, estaban destinados a
trabajar juntos para llevar a cabo tareas y enfrentarse a problemas
más trascendentes que su vida en pareja. Gracias al desarrollo de
cualidades transpersonales, llegarían a conseguir una especie de
transformación espiritual. Esta clase de colaboración puede ser
íntima y cariñosa, pero algunas veces también requiere franqueza
categórica. John O'Donohue, en su precioso libro Anam Cara (frase en
gaélico que significa «compañero del alma»), habla sobre la
tradición budista del Kalyana-mitra, o «amigo noble».
Tu amigo
noble, dice O'Donohue: «No aceptará la pretensión, sino que te
enfrentará a tu propia ceguera con amabilidad y firmeza. Nadie puede
ver la vida en su totalidad. Al igual que existe un punto ciego en la
retina del ojo humano, también existe en el alma una parte ciega que
no puedes ver. Por lo tanto, dependes de la persona a quien amas para
ver lo que no puedes con tus propios ojos.»'"''
Puesto
que la vida es complicada y hay mucho que «ver» en ella —relativo
a nosotros, al mundo y a lo divino—, tenemos contratos con muchas
personas. Mediante la encarnación, cada alma se divide en
innumerables fragmentos que inician de forma inmediata la exploración
del alma global. Hay veces en que conoces a alguien que irradia algo
que te resulta muy atractivo, y tal vez te sientas «vacío» cuando
esa persona se va. La conocida expresión «alma gemela», referida
al compañero romántico ideal, no refleja esa verdad; en realidad,
todos tenemos almas gemelas que desempeñan papeles muy diversos en
nuestra vida.
Tal vez, «amigo noble» sea un término más
apropiado. Se trata de la persona a la que no sólo estás destinado
a conocer, sino a la que debes conocer. Y no importa cuántas
oportunidades pierdas de conocerla, si tienes un contrato con ella,
acabarás por encontrarla.
Tal
vez se repitan vuestros encuentros hasta que pongáis fin a un asunto
inacabado relativo al intercambio de vuestras almas.
Una
mujer llamada Jill me contó que había salido con un chico en la
universidad del que estaba muy enamorada. Pese a ello, declinó su
oferta de matrimonio porque tenía la sensación de no haber vivido
la vida como mujer adulta e independiente. Se dio cuenta de que
estaba «entre la espada y la pared», según sus propias palabras;
quería a su novio pero también estaba profundamente enamorada de su
deseo de viajar y de vivir sus veinte años como un espíritu libre.
«Hiciera lo que hiciese, sabía que me iba a sentir herida y llena
de reproches, así que escogí la opción que me fortalecería más.
Sabía que, de haberme casado, al final me habría sentido encerrada.
La decisión que tomé me daría la posibilidad de abrirme. Por eso
creí que mi única opción era rechazar la petición de matrimonio.»
Aunque
Jill jamás olvidó a su antiguo novio, sus recuerdos no le causaron
la misma tristeza que habría experimentado si hubiera reprimido su
deseo de viajar. Sin embargo, quince años después de su despedida,
«el destino, o la fe, o mi contrato nos volvió a reunir
—recordaba—. Estaba en casa, sonó el teléfono, y era Andy. Se
había encontrado con unos antiguos amigos, les había preguntado por
mí, se había enterado de que no me había casado, y... ¡Bingo!
Empezamos a salir otra vez. Sin duda, habíamos nacido para estar
juntos. Sólo teníamos que hacer un par de cosas en el ínterin».
No
puedo probar, en el sentido científico de la palabra, el hecho de
que, aunque intentes evitar un encuentro que debes tener «por
contrato» con alguien, éste acabará produciéndose. No obstante,
todos tenemos confianza en el destino. Existe una curiosa narración
oriental titulada Cita en Samarra (en la que John O'Hara basó su
famosa novela) que cuenta la historia de un señor que envió a su
esclavo a hacer un recado a la ciudad. Allí, el esclavo se encuentra
con la figura de la muerte y se asusta tanto que huye corriendo para
esconderse en la ciudad vecina, Samarra. Al oír que su esclavo ha
desaparecido, el amo va a la ciudad y se enfrenta a la muerte. «¿Por
qué has asustado a mi esclavo?», pregunta. «En realidad —responde
la muerte—, no intentaba asustarlo, es que me sorprendió verle por
aquí, porque tengo una cita con él esta noche, en Samarra.»
Desde
un punto de vista simbólico, y desde la óptica tradicional de gran
parte del pensamiento de las religiones orientales, nadie entra en tu
vida por accidente. Sin embargo, debes recordar que algunas personas
serán mucho más importantes que otras. Las relaciones íntimas de
tu vida, como las que tienes con tus familiares, amigos, compañeros,
amantes, colegas de profesión e, incluso, con tus enemigos, forman
parte de unos acuerdos destinados a enseñarte ciertas lecciones.
Pero, como tu contrato afecta a la to- talidad de tu vida, las demás
relaciones, ya sean breves o casuales, no pueden considerarse
insignificantes.
Aún
recuerdo un breve intercambio de opiniones con una profesora de
lengua del instituto que se dirigió a mí después de clase para
aconsejarme sobre mi actitud y mi estilo literarios. En aquella
época, estaba enamorada del teatro del absurdo —de autores como
Ionesco, Beckett y Pinter—, y mis contribuciones literarias a
aquella asignatura eran un reflejo de mi encaprichamiento. Por mi
falta de preparación, así como por mi desconocimiento de la lengua
clásica, mis escritos eran más que desastrosos. Mi profesora se
ofreció amablemente a darme un consejo —le bastó con una frase—
que marcaría mi apreciación de la educación durante el resto de mi
vida. «¿Sabes, Carol? —dijo—, para escribir bien cualquier
texto, incluso en el género del absurdo, hay que dominar las normas
de la lengua con maestría para poder romperlas con arte.» Como
adolescente, creía que la creatividad era sinónimo de libertad
absoluta para hacer lo que se te antojara; pero en aquel momento, mi
profesora me enseñó que la verdadera creatividad se construye sobre
una sólida base de conocimiento y disciplina. Debía de tener un
acuerdo con aquella sabia maestra, porque cambió por completo mi
visión de la creación artística y literaria.
En
el extremo opuesto encontramos la experiencia de intentar que «se
produzca» una relación con otra persona, pero, pese a intentarlo
con todas nuestras fuerzas, jamás ocurre. Hay personas que estás
destinado a conocer, y hay otras que, sin importar lo que hagas,
jamás formarán parte de tu vida. De igual forma, puede que algunas
personas se estén desgañitando para que les abras la puerta de tu
vida, pero al margen de lo que hagan para complacerte o llamar tu
atención, tú no te abres a la posibilidad de conocerlas. Nadie
forma parte de la vida de todo el mundo. Una de las pistas que te
puedo dar para descubrir si alguien forma parte o no de tu vida es la
percepción de lo que llamo el «factor animación».
Según mi
propia definición, la animación es un tipo de electricidad que se
genera entre dos personas cuando la energía de la vida se pone en
funcionamiento, como ocurre entre los amantes que se adoran
mutuamente. (Cuando hable de la función de los chakras en el
capítulo 6, aprenderás a reconocer otras pistas basadas en estos
sutiles centros de energía interior.)
La
ausencia de electricidad entre dos personas resulta tan evidente como
su presencia. Sin electricidad no habrá nada que te permita forzar
la conexión. Puede que logres establecer un vínculo temporal, pero,
a menos que ese flujo entre otra persona y tú sea natural, el
vínculo que intentas establecer será inestable y estará marcado
por la tensión. Las conexiones animadas también incluyen las
relaciones con personas que te producen una sensación de rechazo
inmediato o con las que libras una lucha de poder. En estos casos,
puedes estar seguro de que esos individuos tienen algo que enseñarte,
aunque tal vez sea más desafiador que la experiencia de la atracción
recíproca. Carlos Castañeda dijo que las personas de quienes más
aprendemos en la vida son los «pequeños tiranos», los que nos
«tocan la fibra sensible» y nos hacen ver en ellos las cualidades
que más despreciamos en nosotros mismos. Gurdjieff solía
representar ese papel con sus discípulos, obligándolos a cavar un
enorme agujero durante todo el día para luego ordenarles que lo
rellenaran.
En
tu Contrato Sagrado, los pequeños tiranos son tan útiles e
importantes como tus más queridos amigos nobles. Tienes acuerdos con
ambos porque cada uno te puede enseñar algo sobre ti mismo, algo que
no puedes aprender de ninguna otra forma.
EL
CONTRATO SAGRADO
CAROLINE
MYSS