El
maestro le insistía al discípulo una y otra vez sobre la necesidad
de cultivar la quietud de la mente. Le decía:
-Deja
que tu mente se remanse, se tranquilice, se sosiegue. -Pero ¿qué
más? -preguntaba impaciente el discípulo.
-De
momento, sólo eso -aseguraba el maestro.
Y
cada día exhortaba al discípulo a que se sosegase, superando toda
inquietud, y a encontrar un estado interno de tranquilidad. Un día,
el discípulo, harto de recibir siempre la misma instrucción,
preguntó:
-Pero
¿por qué consideras tan importante la quietud? El maestro le
ordenó:
-¿Puedes
ver tu rostro en el agua?
-¿Cómo
lo voy a ver si el agua está turbia? Así no es posible -replicó el
discípulo, pensando que el maestro trataba de burlarse de él, y
agregó-: Si agitas el agua y la enturbias, no puede reflejarse
claramente mi rostro. .
Y
el maestro dijo:
Comentario
Hay
mucha agitación en la mente y, por tanto, en la sociedad y en el
mundo. De ella sólo nace confusión. Hay quien se lamenta:
«¡Qué bien me sentiría si no tuviera esta agitación!». Otras personas: «La ansiedad me come». Agitación en el trabajo, en las relaciones, en las calles de la ciudad, en la familia, en la escuela o en la universidad, en la propia mente. Una mente agitada asociada a otra mente agitada significa doble de agitación, que es todo lo contrario del bienestar. Altera las funciones orgánicas y las mentales, perturba las relaciones, genera una crispación creciente y nos impide estar a gusto con nosotros mismos y conectar con nuestra fuente de quietud y vitalidad.
«¡Qué bien me sentiría si no tuviera esta agitación!». Otras personas: «La ansiedad me come». Agitación en el trabajo, en las relaciones, en las calles de la ciudad, en la familia, en la escuela o en la universidad, en la propia mente. Una mente agitada asociada a otra mente agitada significa doble de agitación, que es todo lo contrario del bienestar. Altera las funciones orgánicas y las mentales, perturba las relaciones, genera una crispación creciente y nos impide estar a gusto con nosotros mismos y conectar con nuestra fuente de quietud y vitalidad.
Somos
un microuniverso, un potencial de vitalidad, pero a veces sentimos
que «no podemos ni con nuestra alma». Expresión significativa y
hermosa, porque «.alma» es también «ánima» o «ánimo»,
«vitalidad», «energía». Al estar agitada, la conciencia pierde
en claridad e intensidad, y las potencias ciegas del subconsciente
encuentran vía para emerger y condicionamos aún más. No somos más
libres, sino mucho menos, y no podemos escuchar nunca la voz de
nuestro Yo real, porque el griterío de la confusión mental y
psíquica es ensordecedor. La agitación conduce al hacer mecánico y
compulsivo; muchas personas, por ello, elevan neuróticamente su
coeficiente de actividad al máximo.
Es otro modo de escapar y no mirar el ser interior. La tranquilidad, por el contrario, nos orienta hacia nuestra propia identidad y nos invita a mirar, cara a cara, a nuestro rostro original.
Es otro modo de escapar y no mirar el ser interior. La tranquilidad, por el contrario, nos orienta hacia nuestra propia identidad y nos invita a mirar, cara a cara, a nuestro rostro original.
Sin
embargo, en la sociedad todo está especialmente organizado para
crear tensión sobre la tensión, alienar al individuo y robarle la
paz interior. Todo el énfasis se pone en la producción y el
individuo vale lo que produce y se convierte en una arandela
insignificante en la atroz maquinaria de la sociedad cibernética. El
caso es no parar; el caso es no detenerse; el caso es no ser uno
mismo.
De
todo ello sacan ventaja los líderes políticos y los mercenarios del
espíritu. Es más fácil conducir, manipular y dominar a una persona
que siempre está agitada y ofuscada; basta con darle carnaza al ego
voraz. Al místico sereno y contemplativo, conectado con su ser real,
no se le puede manejar. Es el verdadero revolucionario. Se le puede
atormentar y matar, pero no manejar. No es lo suficientemente agitado
para alienarle y, por tanto, no puede formar parte de las filas de la
colectividad alienada y no interesa. La agitación sirve al ego
simiesco y hambriento; la paz sirve a nuestro ser real.
La meditación es morir al ego por unos minutos para nacer al yo real. Dejamos por unos minutos el mundo fuera de nosotros, porque por ello no se va a parar, y nos desconectamos de nuestras actividades, tensiones y afanes,
para remansarnos como las aguas límpidas de un lago y sentir la energía de nosotros mismos, nuestra pacífica subjetividad.
La meditación es morir al ego por unos minutos para nacer al yo real. Dejamos por unos minutos el mundo fuera de nosotros, porque por ello no se va a parar, y nos desconectamos de nuestras actividades, tensiones y afanes,
para remansarnos como las aguas límpidas de un lago y sentir la energía de nosotros mismos, nuestra pacífica subjetividad.
Ramiro A. Calle
El
Libro de la Serenidad