6ª REVELACIÓN:
Clarificar
el pasado
La
farsa de control es una representación con la que estamos
familiarizados igual que con muchas secuencias de las películas,
para la cual escribimos el guión siendo
niños.
Después hemos repetido la escena un número incontable de veces en
nuestra vida cotidiana, ya sin percatarnos. Todo lo que sabemos es
que el mismo tipo de acontecimiento nos ocurren repetidamente. El
problema es que si estamos repitiendo sin cesar una determinada
escena, entonces las determinadas escenas de la película de nuestra
vida real, la gran aventura marcada por las coincidencias, no pueden
desarrollarse. Paramos la película cuando repetimos nuestra farsa
única para maniobrar en busca de energía.
El
primer paso para tener las cosas claras es, en el caso de cada uno de
nosotros,
trasladar
nuestra particular farsa de control a plena conciencia. Nada
adelantamos hasta que nos miramos realmente a nosotros mismos y
descubrimos qué hemos estado haciendo para maniobrar en busca de
energía.
>>Cada
uno de nosotros debe retroceder a su pasado, volver a los inicios de
nuestra vida familiar y ver cómo se formó el hábito que hemos
adquirido. Viendo su comienzo nos será más fácil ver de qué
manera tratamos de ejercer el control. La mayoría de los miembros de
nuestra familia representaban una farsa de control destinada a
extraer energía de nosotros, los niños. Debido a ello tuvimos, ante
todo, que montar también nuestra farsa de control. Necesitábamos
una estrategia para recuperar energía. El desarrollo de nuestras
farsas particulares guarda relación con nuestra familia. Sin
embargo, una vez hayamos identificado la dinámica de la energía en
la familia, podremos rebasar aquellas estrategias de control y ver lo
que realmente estaba pasando.
Toda
persona debe reinterpretar su experiencia familiar desde un punto de
vista
evolutivo,
un punto de vista espiritual, y descubrir quién es realmente. Una
vez hecho esto, nuestra farsa de control desaparece y nuestra vida,
la auténtica, cambia de rumbo.
Esta
revelación nos muestra una clasificación de las farsas de control,
a las que
acudimos
con el fin de ganar energía, definiéndonos por una que practicamos
con mayor frecuencia. Todo el mundo manipula a los demás para
obtener energía, bien sea agresivamente, forzando a los demás a que
les presten atención, bien pasivamente, actuando sobre la simpatía
o la curiosidad de la gente para atraer aquella atención. Por
ejemplo, si alguien nos amenaza, verbal o físicamente, nos vemos
obligados, por miedo a que nos ocurra algo malo, a prestarle atención
y, en consecuencia, a cederle energía.
La
persona que nos amenaza nos estará arrastrando al género de farsa
más agresivo, lo que la Sexta Revelación llama el intimidador.
>>Si,
por otra parte, alguien nos cuenta las cosas horribles que le
ocurren, dando a entender quizá que somos nosotros los responsables
y que si nos negamos a ayudarle continuarán ocurriéndole esas cosas
horribles, entonces esa persona pretende controlarnos al nivel más
pasivo, lo que se conoce como la farsa de un pobre de mí, tratando
de hacernos sentir culpables en su presencia aunque sepamos que no
hay motivo para sentirse así o no les hayamos hecho nosotros esos
males, tan sólo que no hacemos lo suficiente por ayudarles.
>>El
interrogador corresponde a otro género de farsa. Es una persona que
usa este procedimiento concreto de obtener energía: construir una
farsa en la que hace preguntas y sondea el mundo de otra persona con
la intención específica de encontrar algo censurable. Cuando lo ha
encontrado, critica este aspecto de la vida del otro. Si la
estrategia funciona, la persona criticada es incorporada a la farsa.
Luego, de súbito, dicha persona se siente cohibida, tímida; se
mueve en torno al interrogador y presta atención a cuanto éste hace
y piensa, con objeto de no hacer ella algo malo que el interrogador
pueda notar. Esta deferencia psíquica proporciona al interrogador la
energía que desea.
>>La
última farsa consiste en crear una representación durante la cual
el sujeto se aparta y parece misterioso, lleno de secretos. Se dice a
sí mismo que obra de este modo por cautela, pero lo que realmente
hace es confiar en que alguien será atraído por esta farsa e
intentará deducir qué es lo que pasa con él. Cuando alguien lo
intenta, él sigue siendo impreciso, indefinido, forzando a la otra
persona a insistir, a indagar, a escudriñar para discernir cuáles
son sus verdaderos sentimientos. Mientras el otro actúa así, le
dedica a él toda su atención y esto proyecta su energía hacia el
sujeto en cuestión. Cuanto mayor tiempo lo mantiene interesado y
desconcertado, mayor es la energía que recibe el otro.
Así
pues, se establece una relación entre las farsas, de modo que
contemplando la
que
interpretaban más comúnmente en nuestro entorno familiar a nuestro
respecto, crearon de forma inconsciente la nuestra. El interrogador
crea al reservado y viceversa, y el intimidador crea o bien otro
intimidador, que compite con él, o bien un pobre de mí.
Existe
la tendencia de ver las farsas en los demás y creer que uno está
libre de
semejantes
artificios. Debemos superar esta ilusión para seguir adelante. Casi
todos tendemos a aficionarnos, por lo menos durante un tiempo, a una
farsa determinada, y es preciso detenernos y estudiarnos a nosotros
mismos hasta descubrir cuál es.
Hecho
esto, podemos encontrar en nuestras vidas un significado superior,
una razón espiritual por la cual nacimos cada uno en una familia
concreta y no en otra.
Podemos
empezar a tener claro quiénes somos realmente.
Para
esclarecer nuestro destino, para qué hemos venido al mundo y en el
momento y lugar que lo hemos hecho, debemos retornar nuevamente a la
familia, centrándonos en el padre y la madre (o en quien adoptó el
papel). Debemos observar las aspiraciones y visión del mundo de cada
uno, cómo enfocaban la vida, cómo había que vivir, cómo según
cada uno había que vivir la vida y trataba de transmitírnoslo
tratando de sobreponer su visión a la del otro cónyuge. Viendo
esto, podemos esclarecer una fusión de ambas visiones en nosotros, a
menos que nos hayamos decantado por la influencia de una concreta.
Podemos asumir y aceptar la del padre, o la de la madre, o la de
ambos, lo que ocurre con mayor frecuencia.
Esclareciendo esto podemos
entender nuestra forma de ver la vida y de cómo vivirla, así
optaremos más adecuadamente por los caminos que se nos presenten,
una vez comprendamos quiénes somos, y así descubrir para qué
estamos aquí.
Nosotros
tomamos el nivel de evolución de nuestros padres y lo elevamos más
aún, es así como continúa la evolución tras al hombre.
James
Redfiel
(Las nueve revelaciones)