La
palabra "yo" encierra a la vez el mayor error y la verdad
más profunda, dependiendo de la forma como se utilice. En su uso
convencional, no solamente es una de las palabras utilizadas más
frecuentemente en el lenguaje (junto con otras afines como: "mío"
y "mi"), sino también una de las más engañosas. Según
la utilizamos en la cotidianidad, la palabra "yo" encierra
el error primordial, una percepción equivocada de lo que somos, un
falso sentido de identidad. Ese es el ego. Ese sentido ilusorio del
ser es lo que Albert Einstein, con su percepción profunda no
solamente de la realidad del espacio y el tiempo sino de la
naturaleza humana, denominó "ilusión óptica de la
conciencia". Esa ilusión del ser se convierte entonces en la
base de todas las demás interpretaciones o, mejor aún, nociones
erradas de la realidad, de todos los procesos de pensamiento, las
interacciones y las relaciones. La realidad se convierte en un
reflejo de la ilusión original.
La
buena noticia es que cuando logramos reconocer la ilusión por lo que
es, ésta se desvanece. La ilusión llega a su fin cuando la
reconocemos. Cuando vemos lo que no somos, la realidad de lo que
somos emerge espontáneamente. Esto es lo que sucederá a medida que
usted lee lenta y cuidadosamente este capítulo y el siguiente, los
cuales tratan sobre la mecánica del falso yo al cual llamamos ego.
Así, ¿cuál es la naturaleza de este falso ser?
Cuando
hablamos de "yo" generalmente no nos referimos a lo que
somos. Por un acto monstruoso de reduccionismo, la profundidad
infinita de lo que somos se confunde con el sonido emitido por las
cuerdas vocales o con el pensamiento del yo que tengamos en nuestra
mente y lo que sea con lo cual éste se identifique. ¿Entonces a qué
se refieren normalmente el yo, el mi y lo mío?
Cuando
un bebé aprende que una secuencia de sonidos emitidos por las
cuerdas vocales de sus padres corresponde a su nombre, el niño
comienza a asociar la palabra, la cual se convierte en pensamiento en
su mente, con lo que él es. En esa etapa, algunos niños se refieren
a sí mismos en tercera persona. " Felipe tiene hambre".
Poco después aprenden la palabra mágica "yo" y la asocian
directamente con su nombre, el cual ya corresponde en su mente a lo
que son. Entonces se producen otros pensamientos que se fusionan con
ese pensamiento original del "yo". El paso siguiente son
las ideas de lo que es mío para designar aquellas cosas que son
parte del yo de alguna manera. Así sucede la identificación con los
objetos, lo cual implica atribuir a las cosas (y en últimas a los
pensamientos que representan esas cosas) un sentido de ser, derivando
así una identidad a partir de ellas. Cuando se daña o me quitan "
mi" juguete, me embarga un sufrimiento intenso, no porque el
juguete tenga algún valor intrínseco (el niño no tarda en perder
interés en él y después será reemplazado por otros juguetes y
objetos) sino por la idea de lo " mío" . El juguete se
convirtió en parte del sentido del ser, del yo del niño. Sucede lo
mismo a medida que crece el niño, el pensamiento original del "yo"
atrae a otros pensamientos: viene la identificación con el género,
las pertenencias, la percepción del cuerpo, la nacionalidad, la
raza, la religión, la profesión. El Yo también se identifica con
otras cosas como las funciones (madre, padre, esposo, esposa,
etcétera), el conocimiento adquirido, las opiniones, los gustos y
disgustos, y también con las cosas que me pasaron a "mí"
en el pasado, el recuerdo de las cuales son pensamientos que
contribuyen a definir aún más mi sentido del ser como "yo y mi
historia". Estas son apenas algunas de las cosas de las cuales
derivamos nuestra identidad. En últimas no son más que pensamientos
sostenidos precariamente por el hecho de que todos comparten la misma
noción del ser. Esta interpretación mental es a la que normalmente
nos referimos cuando decimos "yo". Para ser más exactos,
la mayoría de las veces no somos nosotros quienes hablamos cuando
decimos y pensamos el "Yo", sino algún aspecto de la
interpretación mental, del ser egotista. Una vez acaecido el
despertar continuamos hablando de "yo", pero con una noción
emanada de un plano mucho más profundo de nuestro ser interior.
La
mayoría de las personas continúa identificándose con el torrente
incesante de la mente, el pensamiento compulsivo, principalmente
repetitivo y banal. No hay un yo aparte de los procesos de
pensamiento y de las emociones que los acompañan. Eso es lo que
significa vivir en la inconciencia espiritual. Cuando se les dice que
tienen una voz en la cabeza que no calla nunca, preguntan, "¿cuál
voz?" o la niegan airadamente, obviamente con esa voz, desde
quien piensa, desde la mente no observada. A esa voz casi podría
considerársela como la entidad que ha tomado posesión de las
personas.
Algunas
personas nunca olvidan la primera vez que dejaron de identificarse
con sus pensamientos y experimentaron brevemente el cambio, cuando
dejaron de ser el contenido de su mente para ser la conciencia de
fondo. Para otras personas sucede de una manera tan sutil que casi no
la notan, o apenas perciben una corriente de alegría o paz interior,
sin comprender la razón.
UNA NUEVA TIERRA
ECKHART TOLLE